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El monolito de Vigeland

Juan Manuel Balaguer
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En momentos en los que pareciera que todos los ángulos y parámetros de nuestra percepción paisajística de la existencia humana se han descuadrado, conviene volver a enfocar la lente para reencontrarnos con la nitidez. Inmersos en una desaceleración económica de largo ciclo, hemos de trabajar para que esa retracción sea armónica. Lo más pernicioso que pudiera ocurrirnos, sería precisamente que esa desaceleración fuera tan injusta y desequilibrada como resultó ser el pretérito proceso de aceleración, tan cercano, que bien puede considerarse lo inarmónico por antonomasia. El enriquecimiento espurio, la pandemia de la corrupción, la ciega especulación, la grosera ambición, el abuso ecológico, la mala educación y la escasa formación, han resultado ser un fulgurante éxito, ya que alcanzar una cota de desbarajuste de tal perfección, bien puede considerarse el más lúcido y lucido logro de la insolvencia intelectual colectiva.

Resulta evidente que este ciclo de desaceleración nos convierte en más pobres; ahora bien, somos los pobres más ricos de todos los menesterosos del planeta. Y ya que somos pobres aristocráticos seámoslo con orden, con armonía y equilibrio, pues esa disipación armónica de los niveles de pobreza es una forma de riqueza. La genuina pobreza es la incultura y el desequilibrio social. Una Nación culta corresponde siempre a un Estado desarrollado y jamás lo contrario. La cultura es desarrollo, aún cuando pudiera parecer que el comportamiento culto no es moderno. La máxima modernidad reside en el clasicismo. No habrá por ello organismo más moderno, por clásico, que la Sociedad, la que nos empeñamos en llamarle civil, como si pudiera existir una Sociedad incivil. Cuando la Sociedad se inciviliza se anquilosa y pudre. Cuando el niño se convierte en objeto suntuario de culto, aunque se comporte como una macaco iracundo. Cuando no se honra al anciano, no se loa al maestro, no se agradece a la mujer lo suficiente los sacrificios inherentes a la maternidad, la Sociedad involuciona.

La Sociedad es el condimento emotivo de la Nación, es su carne y su sangre, el músculo neuronal y fisiológico del Estado, y así debe arracimarse, compactarse, para que cada uno de los corazones oiga de cerca el latido de los demás corazones. El amor hay que paladearlo apretaditos todos, más pobres o más ricos, respirando al compás. Como los personajes del monolito de Gustav Vigeland que desnudos se imbrican, implican, abrazan, amasan, aprietan en un inmenso canto solidario de proximidad carnal candorosa, social, unitaria y solidaria, dando alma armónica a una columna de diecisiete metros de granito. Toda la obra de Vigeland es un portento de elocuencia social, de plástica locuaz, de congruencia. Vayan a Oslo y contemplen su obra en el Parque Frogner. Nunca el bronce y el granito han hecho tanto por la conciliación social y la armonía. Por el humanismo plástico y su didáctica poética.