Palestina: lecciones varias
El país deja de ser una entidad y eso permite rechazar la versión israelí de que no cambia nada | A pesar del voto en contra, EE UU es reticente ante los últimos movimientos de Netanyahu
MADRIDActualizado:Palestina obtuvo la entrada como “estado”en las Naciones Unidas: de 193 estados miembros concurrieron a la votación 188, de los que 138 dijeron sí, 41 se abstuvieron y solo nueve votaron en contra. Se puede rechazar que el hecho como una pretendida victoria decisiva, pero el país deja de ser una entidad y solo eso permite rechazar también la descripción oficial israelí (el portavoz de Netanyahu, Mark Regev) de que se trata de un gesto inútil con cero repercusión sobre el terreno.
La metáfora del portavoz asume que el suelo del conflicto es un hecho geológico, la tierra mineralmente considerada, pero el terreno del gran combate israelo-palestino, que es el más viejo del mundo, ha sufrido hoy un cambio cualitativo muy considerable y en Israel harán bien, en nombre de la pura realpolitik, en verlo como tal y pensar si puede o debe alterar en algo su política sobre todos los terrenos.
Hay uno que se supone decisivo en un mundo empequeñecido y en el que todos nos conocemos y en el que la causa palestina gana clamorosamente: el de la opinión pública. Los Estados que han permitido el gran cambio de status reúnen alrededor del 95 por ciento de la población del planeta y tener esto por trivial no es razonable. Bien es cierto que en el cinco por ciento restante figura el gobierno de los Estados Unidos, que no puede desprenderse de su condición de eventual mediador, único se supone, capaz de fomentar o imponer un acuerdo.
El nuevo cuatrienio de Obama
Por extravagante que pueda parecer, a los Estados Unidos les conviene mucho la semiunanimidad mundial en el asunto, porque su papel de aliado indispensable se refuerza vista la soledad diplomática de Israel y su aislamiento. Susan Rice, embajadora en la ONU (y candidata a la Secretaría de Estado) se ha pasado los primeros cuatro años de Obama explicando a árabes y palestinos que su gobierno desea un arreglo negociado, comprende la licitud política de la causa palestina y solo repudia el terrorismo o la descalificación de Israel por razones razones religiosas.
Esto habría sido compatible con un sí o una abstención en la votación, pero no con la relación de fuerzas en el Capitolio. Más o menos tres cuartas partes de senadores y diputados (y en algunos registros más) son o dicen ser amigos y aliados de Israel. Por eso fue una audacia intelectual y política de Obama decir, por una sola vez, pero dicho quedó, que la solución debe ser la de los Estados con límites finales negociados desde las fronteras del 67, es decir el consenso internacional creado por la resolución 242 del Consejo de Seguridad en ese año. Eso arruinó la relación política y aún personal entre el presidente y el primer ministro israelí,Benjamín Netanyahu.
A renglón seguido, Obama puede alardear sin mentir de haber hecho tanto o más que cualquiera de sus antecesores en la protección militar de Israel, desde el criterio del célebre y repetido slogan de los lazos irrompibles con nuestro aliado Israel y su seguridad. Su gobierno, pues, asume ese valor no escrito (no hay un solo papel que establezca tal alianza, que es un matrimonio de hecho). Bien leído todo esto, significa que Washington votó en contra porque su gobierno, al fin y al cabo, expresa un sentir mayoritario, aunque en suave y constante descenso, del pueblo norteamericano.
Alemania, un caso aparte
Así pues, en los Estados Unidos hay un gobierno muy reticente con la conducta de Israel, que le complica mucho su exitosa política de recuperación del mundo árabe y le obliga a estar del lado perdedor en la votación, mientras en Alemania, el otro actor de peso cuyo voto importaba mucho, se optó por la abstención, contra todos los pronósticos, que anunciaban un no. Algo sucedió en las últimas horas, pero no es imposible que, más allá del apoyo tradicional a Israel, el gobierno haya sopesado el criterio del público sobre el conflicto.
En efecto, sea cual fuera la alineación de Alemania con Israel, hasta ahora automática, una encuesta de mayo pasado difundida por el solvente semanario “Stern” encontró estos datos: un 59 por ciento tiene a Israel por un estado agresivo (diez puntos más que un año antes), el 70 por ciento cree que Israel atiende a sus intereses sin consideración para otras naciones (once puntos más) y, lo que es más notable, el 60 por ciento cree que 67 años después del fin del régimen nazi Alemania no tiene obligaciones especiales con Israel.
Un gobierno socialdemócrata en Berlín probablemente también se habría abstenido y unos y otros no cambiarán la política vigente en la práctica: por ejemplo, es Alemania quien construye para Israel los submarinos pagados parcialmente con las indemnizaciones que aún se entregan a los judíos como reparaciones por el Holocausto y que le permiten embarcar luego los misiles mar-tierra equipados con cohetes nucleares…
El inmediato porvenir
Berlín vota como lo ha hecho, sabedora de que suscita una profunda decepción en Israel, pero mantendrá la conducta descrita, por lo demás compatible con su sincera adhesión al consenso del arreglo desde las fronteras del 67, como en pura teoría podría haber hecho Washington, donde se han evitado consideraciones históricas o morales, respetables en todo caso, y se ha argumentado a la baja y con un tono que quiere ser técnico: el reconocimiento ahora de la estatalidad palestina es perjudicial para el proceso de paz, técnicamente vigente, y que debe ser mantenido a toda costa.
Este último criterio es casi universalmente utilizado y nadie quiere cancelarlo por estancado que esté. Solo hay dos factores muy reticentes o directamente hostiles al mismo: Hamas (el islamismo radical palestino, crítico con la moderación inalterable de Mahmud Abbas, presidente de la “Palestina” que entra en la ONU, aunque difundió un comunicado apoyando in extremis la gestión de Abbas) y la derecha israelí en auge, “colona” o no, como acaba de probar el éxito de la corriente ultra con Moshe Feiglin en cabeza, en las primarias del Likud. Feiglin, el más radical de los colonos de Cisjordania, propone regirse por la Torah y transferir a los palestinos a los países árabes vecinos.
Así las cosas, la victoria palestina no inducirá cambios en el espíritu negociador o en su inexistencia. Pero sí es un referéndum oficioso que prueba que la causa palestina es sumamente popular en el mundo. En Israel prefieren ignorarlo y se advierte un gran auge del sionismo confesional-ortodoxo de inspiración bíblica que insta a un cierto retraimiento, que es incluso físico: vivir a nuestro modo, tras los muros físicos construidos o en vías de construcción… una arcadia judía y por fin segura, una utopía… olvidando el hallazgo de Aldous Huxley: “las utopías las carga el diablo”…