Artículos

El legado de la Cumbre

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

A la gente le gusta mucho jugar a lo de las fortalezas y las debilidades cada que vez que ocurre algo extraordinario en esta ciudad, llámese Cumbre, Regata, Magna, lluvia, calor, o lo que sea haciendo listas interminables de in y out, como si cuantificando los fallos se cualificaran los aciertos. Lo malo es que últimamente tenemos una tendencia natural a recrearnos en los errores y a considerar los éxitos como meros complementos circunstanciales que en nada modifican el peso de la paja que queremos ver en el ojo ajeno. Nos pasa con todo, es el eterno «yo no ha hecho, que ha hecho el otro». Es como si, enfermos de la resaca, nos doliera machaconamente la conciencia e intentásemos justificarnos con un «ya pasó, ya pasó». Por eso, de esto de la Cumbre -y del Bicentenario que se nos escapa- nos hemos quedado con lo peor, con el «si hubiésemos.» del «podríamos haber.» y con el llanto inconsolable de la Lechera.

Estaría bien, aunque no sirviera de precedente, hacer solo la lista de las fortalezas y dejar para los hosteleros el resto del trabajo, el que llevan años haciendo, el de quejarse por todo. Estaría bien hacer de la debilidad nuestra fortaleza y quitarnos de una vez la capa de los prejuicios, el pelo de esta dehesa que cada vez es más largo y más espeso.

Dos días con el tráfico cortado en el centro -o en parte de él- han sido suficientes para demostrar que otra vida es posible, una vida más simple en una ciudad hecha a la medida de los hombres. Una ciudad sin coches -reconozca que no son tan necesarios-, sin ruidos, sin atascos. Una ciudad para pasearla entera, para oír ese mar al que tantas veces hemos vuelto la espalda, para escuchar nuestros propios pasos. Podría ser un reclamo turístico, vale, y podría atraer a quienes buscan tranquilidad. Pero sería también un acto de reconciliación con esa historia a la que tanto -dicen- que debemos y de cuya renta queremos vivir.

Podría ser el mayor legado de la Cumbre. Para todo lo demás, siempre nos quedará Rafael Correa.