opinión

La huelga

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Ése es el título de la primera novela de Isabel Álvarez de Toledo, la ‘Duquesa Roja’, heredera de los Señores de la Baja Andalucía desde la Edad Media. En ella relata las penalidades que padecían los jornaleros andaluces durante los años sesenta así como las medidas represivas que han de sufrir cuando recurren a la huelga para exigir a los terratenientes una mejora de sus condiciones de trabajo. El libro que la consagra como escritora comprometida en Francia, Suecia y otros países, acá le costó la cárcel; una vez cumplida la condena se exila a Paris donde continua escribiendo y militando en la resistencia contra la dictadura. Desde que la revolución industrial deshumaniza las relaciones de producción, el movimiento sindical se extiende y la huelga se revela como forma de conquistar una vida más digna. En Chicago una huelga iniciada el 1 de mayo de 1886 fue duramente reprimida y cinco obreros resultaron condenados a muerte, desde entonces esa fecha se conmemora por los trabajadores de todo el mundo pues a través de huelgas como aquélla se conquistaron derechos que han venido humanizando las relaciones laborales, no sin dolorosos sacrificios como el de los cinco ‘Mártires de Chicago’.

En víspera de la huelga general del 24N me entretuve con un debate en nuestra televisión pública en torno a la Defensora del Pueblo y en la cual participaban cuatro personas además de la moderadora. Se habló de la huelga convocada para el día siguiente y me sorprendió su descalificación por parte de los tertulianos excepto uno. Si consideramos que las encuestas revelaban que al menos un 60% de la población consideraba justificada la convocatoria, está claro que La 1 de TVE no escoge una muestra representativa de la población a quien debiera servir. Los detractores a lo sumo reconocían que era un derecho constitucional y todos coincidían en que daba mala imagen de los españoles, ellos deben preferir aparentemos ser dócil rebaño que acata los planes para minimizar el Estado y reducir derechos que se consideraban consolidados desde la Carta de la ONU de 1948. Me llamó la atención también la tenaz insistencia en la perogrullada acerca del derecho que asiste a quienes no quisieran secundar la convocatoria, es como decir que la libertad de expresión no impide el obvio derecho a permanecer calladito. En Cádiz una marea humana llenó la Avenida y la plaza del Ayuntamiento bajo un sol radiante que parecía sumarse también a la queja colectiva.