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El color del futuro

Miles de jóvenes acuden a la protesta en Madrid en defensa de la educación pública para no convertirse en «analfabetos» Pensionistas, amas de casa y estudiantes ven los próximos años en negro, con optimismo o en Alemania

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Jaime mira a su alrededor con la boca abierta. No entiende qué hace tanta gente en el metro, apretujada. Muy apretujada. Tampoco tiene muy claro por qué su padre, Alberto, le ha puesto una camiseta verde igual que la suya. Ambas, con letras blancas, claman por la defensa de la educación públicas. «Nos están recortando por todos los lados», confiesa el progenitor, profesor de Primaria en la capital madrileña, mientras agarra a su pequeño e intenta salir por la atestada bocana de Atocha. Miles de personas acuden, como ellos, a la protesta convocada por las centrales sindicales. Y en la calurosa -para ser noviembre- tarde madrileña las camisolas verdes proliferan. Como las que llevan Bea y Rodrigo, que tontean mientras esperan el comienzo de la marcha. El discurso lo tienen claro. «Cortan en educación, en sanidad... Hay que luchar contra esta situación», dice ella convencida, mientras su chico mueve la cabeza de arriba para subrayar cada una de sus palabras. «Estudiar es cada vez más caro», comenta.

El dinero es lo que trae por la calle de la amargura a Fátima. Jerezana, veinteañera y estudiante de Caminos en la Universidad Politécnica de Madrid, optaba a una beca Erasmus. Los ajustes presupuestarios han dejado sus opciones de marcharse al extranjero a la mínima expresión. «No hay nada que hacer aquí. Todos mis amigos se están marchando a Sudamérica cuando acaban la carrera», dice calmada, asumiendo que su futuro es coger la maleta hacia el otro lado del Atlántico o Alemania. 'El Dorado' germano parece el destino del coruñés Rodrigo. Estudiante de Matemáticas en la Universidad Complutense. «¿Qué vamos a hacer si recortan en ciencia, en I+D?», pregunta al aire con cierta resignación.

Generaciones

Los más jóvenes no son los únicos que observan con preocupación el futuro de la educación actual y de las próximas generaciones. «Van a conseguir que los estudiantes se conviertan en analfabetos», afirma Ana. Esta ama de casa no dudó ni un momento cuando su pareja le planteó ir a la manifestación. «No estoy aquí por mí, sino por mis sobrinos de 8, 6 y 5 años. Ellos son los que realmente me preocupan», afirma convencida de que «no hay nada que hacer» si el sistema no cambia.

El mismo argumento, la modificación del actual sistema político, argumenta Antonio César Aparicio. Este pensionista, antiguo trabajador de seguros, cumplió 64 años ayer y lo celebró echándose a la calle. «Soy un afortunado. Tengo dos hijos, en los 40, y no tienen ningún problema. Pero los pueden tener en cualquier momento», afirma. No está preocupado por su paga mensual, sino por sus descendientes «y los de tantos amigos que lo están pasando muy mal». «No me gustaba el anterior Gobierno y esté está consiguiendo colocar el listón mucho más bajo», apunta, mientras Male Muñoz asiente. Jubilada, asegura que siempre ha hecho huelga «cuando ha sido razonable» la convocatoria. «Ahora o veo muy mal, para mis hijos y para mis nietos», indica mientras sujeta una bandera del sindicato.

En cambio, Petri y Nuria irradian optimismo. Madre e hija se han traído a toda la familia para protestar contra el Gobierno. «Yo luchaba contra Franco, jovencito», dice Petri orgullosa. «He salido a la calle y he corrido delante de los 'grises'. Si salimos de esa situación, podemos hacerlo de esta», dice esta pensionista de Alcobendas, mientras sus nietos miran orgullosa a su abuela. Nuria también está de acuerdo. «La cosa está muy mal, pero creo que hay que ser positiva», añade.

Esa energía positiva, en cambio, se ha ido apagando en Juan en los últimos meses. Dominicano, reacio a ofrecer su edad por un alarde de coquetería, se quedó en el paro hace ocho meses después de que el bar en el que trabajaba recortara personal. La caja había disminuido considerablemente y el propietario no podía tener tantos camareros. Suspira por un futuro mejor para solventar sus problemas, aunque no confía en nadie. El dinero de su prestación disminuye y tampoco tiene dinero para regresar a su país». No obstante, sonríe: «Es lo que nos ha tocado vivir».