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«Que se queden el piso y me dejen vivir»
El valenciano que se lanzó por el balcón cuando iba a ser desahuciado se recupera en el hospitalHabía ocultado a su familia el embargo de su casa tras no pagar las cuotas del préstamo personal que pidió a una financiera
VALENCIA. Actualizado: GuardarHabitación 629 del Hospital La Fe de Valencia. Allí, postrado en una cama, descansa Manuel G. con los tobillos fracturados y el rostro cariacontecido. Su mujer habla por teléfono con su hijo Carlos, el mismo que recibió el beso en la mejilla de un padre, desesperado y afligido aquel día, segundos antes de que intentara suicidarse delante de la comisión judicial que iba a desahuciarlo en Burjassot.
Manuel tiene ganas de hablar. Está harto de la comida del hospital. «Es muy buen cocinero», asegura su mujer. «Cuando salgamos de aquí tendrá que hacernos una buena paella o fideuà para toda la familia», bromea Consuelo B. El hombre de 54 años sonríe y asiente con la cabeza. «Hay que tirar para adelante como sea. Me equivoqué y ahora puedo rectificar mis errores», dice con optimismo.
Pero Manuel no para de meditar sobre los motivos que le empujaron a saltar al vacío el pasado 25 de octubre. «Me apretaron mucho. Que se queden el piso y me dejen vivir», asevera mientras busca con su mirada perdida una explicación que alivie su dolor, aunque no exista. Ahora ya sabe que tiene el apoyo de toda su familia, y no volverá a hacerlo», añade con firmeza Consuelo antes de que la tristeza silencie su voz.
Desde el pasado 25 de octubre, sus conversaciones con los médicos y un psicólogo le han abierto los ojos. «Hay que tirar para adelante», repite Manuel. «Nos hemos quedado sin casa, pero al menos tenemos la vivienda de un familiar», se consuela el hombre. Mientras se recupera de la fracturas de sus dos tobillos, la pelvis y varias costillas, Manuel no deja de darle vueltas al desahucio y se lamenta del día que pidió un préstamo personal a una financiera. «Pedí 50.000 euros y ahora debo el triple. Tuve que firmar unas condiciones abusivas con pagos de intereses durante 30 años», explica.
El fatídico día
El abogado de la empresa de servicios financieros no dudó a la hora de denunciar los impagos de las cuotas, y la maquinaria judicial se puso en marcha. Llegó el fatídico día y Manuel ni siquiera le había dicho a su familia que había pedido un préstamo personal en 2010 con su casa -sin ninguna hipoteca- como aval. «No quería preocuparlos. ¿Para qué?... Iba a perder el piso de todas formas», conjetura.
Sobre las diez y media de la mañana, la comisión judicial llegó al número 44 de la calle del Maestro Fernando Martín en Burjassot. Manuel se encontraba en la vivienda con su hijo Carlos y su mujer, que estaba en la cama por una fuerte depresión. «Solo me acuerdo que le di un beso a mi hijo, y ya no consigo recordar nada más», sostiene.
El vecino de Burjassot se lanzó al vacío desde el segundo piso cuando un agente judicial llamó al timbre de la puerta 4. Pero, contra todo pronóstico, no murió. Mientras llegaba la ambulancia, un policía local comprobó que Manuel mantenía la constantes vitales.. El hombre estaba semiinconsciente debido al fuerte traumatismo craneal que sufrió. Los sanitarios temieron por su vida cuando vieron el charco de sangre en el suelo y la brecha que tenía en la cabeza. Pero sus piernas amortiguaron el golpe contra la acera. «Me han dicho que me tiré de pie (Manuel no se acuerda de nada) y por eso puedo contarlo», explica con los ojos humedecidos.
El lanzamiento (desahucio) estaba previsto para las diez y media de la mañana del 25 de octubre. La comisión del juzgado de Paterna había programado otros tres desahucios ese día en Burjassot. «No entiendo cómo los bancos no son más flexibles en algunos casos», afirma Manuel. «Mi mujer está de baja por depresión, y mis dos hijos y yo estamos en el paro. ¿Cómo se puede vivir así?», pregunta indignado. «Tanto rescate, tanto rescate para los bancos... ¿y a nosotros quién nos rescata? No hay derecho», se queja. «Me han dicho los médicos que aún he tenido suerte porque volveré a andar», termina el suicida arrepentido.