Sociedad

«No basta con la indignación»

La ganadora del Premio Nacional de Ensayo sostiene que las crisis pueden ser provechosas «para repensar qué estamos haciendo»

MADRID. Actualizado: Guardar
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«Las inmoralidades deben indignar para que actuemos contra ellas; la visión fría y racional de que son incorrectas es insuficiente». Quien así habla es la filósofa Victoria Camps , flamante Premio Nacional de Ensayo por su libro 'El gobierno de las emociones' (Herder). Como sugiere el título, Camps sostiene en su obra que la ética no es otra cosa que la disciplina que gobierna los sentimientos. Camps aduce que la indignación -no confundir con la ira, que ofusca el entendimiento- debe ser un acicate que mueva a la acción. Para esta exsenadora y militante del PSC, la indignación, que inspira al movimiento 15M, no puede limitarse a mera «manifestación del descontento». Ha de ir más allá, tiene que ser un aliciente si esa emoción se transforma en medidas para cambiar el sistema político vigente. «A propósito del movimiento de los indignados ya se dijo: no basta la indignación, debe haber también un compromiso por una sociedad más democrática y más equitativa».

La pensadora parte del principio de que las emociones y los sentimientos son, en principio, «incontrolables». «Por eso se ha tendido a pensar que la razón debe imponerse sobre los sentimientos. Estoy con Hume cuando dice que son los sentimientos los que mueven a actuar y no la razón. Por lo tanto, hay que procurar que, una vez pasado por el filtro de la razón, el sentimiento no desaparezca».

A la vista del enrarecido clima social y el desprestigio rampante de los partidos políticos, ¿vive España una crisis de valores? La galardonada y catedrática de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) cree que «siempre la ha habido». Si se aspira a que los principios éticos ocupen la cúspide de la pirámide, es preciso un esfuerzo sostenido y reconocer que, ahora, los valores económicos son los predominantes. «Quizá lo específico de nuestro tiempo, en España y en el resto del mundo, es la subordinación de los valores éticos a los económicos, la sustitución de la igualdad y la fraternidad por la rentabilidad económica y el éxito personal».

Hasta un sentimiento como el amor puede tener derivas insospechadas y hasta indeseables. Incluso se puede explotar políticamente. Un ejemplo es el patriotismo, que el diccionario de la Real Academia define como «amor a la patria». A la izquierda se le echa en cara que apueste por un programa tan racional que no logra «magnetizar a nadie». En cambio, el discurso conservador es más emotivo y toca fibras sensibles como la familia, Dios y la patria. Camps aprecia en esta actitud un peligro.

Un experimento científico realizado hace décadas reveló que las ratas -animales que tienen un cerebro muy parecido al del ser humano-, en situaciones de escasez, pierden el instinto de la maternidad y abandonan a sus crías. De ello se puede inferir que la penuria y la crisis destruyen el nivel ético de una sociedad. ¿Se comportan los humanos como las ratas? A juicio de Camps, puede suceder todo lo contrario, que se activen el altruismo y la solidaridad. «Pienso que la penuria nos pone delante de lo más miserable de la realidad y de la condición humana, vemos fallos éticos importantes que pasan desapercibidos en épocas de euforia, donde es más fácil que cada uno vaya a lo suyo. Pero las crisis pueden ser provechosas porque nos invitan a repensar qué estamos haciendo, qué tipo de sociedad estamos dejando a nuestros hijos».

«Capacidad de preferir»

Según Camps, ser libre es sinónimo de ser capaz de autogobernarse, lo que a la postre no es otra cosa que la autonomía moral. Aun admitiendo que la libertad no es un absoluto y que el ser humano está condicionado por factores muy diversos, desde genéticos hasta educativos, Victoria Camps asevera que «podemos elegir vivir de una forma o de otra, todo no nos viene predeterminado». «A esa capacidad de preferir es a lo que llamamos libertad. Es a lo que se refería Sartre cuando dijo que 'estamos condenados a ser libres'».

En un tiempo como el actual, en que la psicología ha colonizado extensos campos del saber y hasta los economistas explican los comportamientos de los mercados y los consumidores apelando al funcionamiento de una psique colectiva, Camps reivindica la filosofía como ciencia capaz de escudriñar las emociones. Si estas son las reacciones inmediatas que una persona experimenta ante un estímulo, los sentimientos y afectos son más permanentes y menos mudables. Una cosa lleva a la otra y Camps ha acabado por estudiar la autoestima a la luz de la historia de la filosofía. Argumenta que sin unas condiciones básicas, la autoestima es casi imposible que surja. En esto, como en otras muchas cosas, sigue a Hume, quien argüía que si exista una exclusión previa, el individuo lo tiene difícil para estar seguro de sí mismo.