Chicago despide de nuevo a Obama
La ciudad se volcó con el presidente pese a que esta vez no logró entusiasmar a sus seguidores
CHICAGO.Actualizado:Una extensa barricada rodea la casa de los Obama en la avenida Greenwood, esquina con el Boulevard de Hyde Park, estrechamente vigilada por la policía y los servicios secretos. Tyron Turner fue uno de los que ayer desafiaron todos esos impedimentos para apostarse en la calle y despedir con aplausos a la familia que seguirá habitando la Casa Blanca durante cuatro años más.
Mientras esperaba en la acera el paso de la comitiva, con un gorro hundido hasta las orejas y el cuello del abrigo levantado, el californiano -que se había desplazado a Chicago para la ocasión- contó a la prensa la emoción que le embargó la noche antes en el pabellón del McCormick Place, cuando las televisiones anunciaron la victoria. «Todos nos abrazamos, blancos y negros», dijo. «Y mientras las pantallas enseñaban a un montón de blancos decepcionados en la fiesta de Mitt Romney, la variedad de razas en la nuestra te demostraba que esto es EE UU».
Esa noche Chicago no fue el carnaval de hace cuatro años, porque entre otras cosas el tiempo no favorecía la fiesta callejera. Si entonces solo el parque Grant alojó a 240.000 personas, el auditorio del McCormick apenas dio para 10.000, por estricta invitación, y de ellas una veintena necesitó atención médica. Con todo, unas 500 personas desafiaron las inclemencias de la noche fría y lluviosa para seguir el recuento de votos en las pantallas instaladas a las afueras del Thompson Center. Faltaban 40 minutos para la medianoche cuando la NBC se alzó con la primicia de declarar al presidente vencedor de la contienda, y el público estalló en gritos y aplausos. Se repartieron abrazos de emoción y los coches se unieron a la algarabía con sus claxon.
En Hyde Park, los vecinos que se habían congregado en la barbería que frecuentaba Obama antes de ser presidente o el restaurante favorito de la familia cantaron «¡Aleluya!» y ayer antes de las 10.00 horas ya no quedaba un periódico en Chicago, donde gusta guardar estas portadas históricas de su hijo favorito. «No importa si eres blanco o negro, hispano, asiático o indio americano, joven o viejo, rico o pobre, minusválido o capacitado, heterosexual u homosexual», gritó Obama esa noche, ahogado por el clamor 'in crescendo' de sus seguidores.
La mayoría de los que habían conseguido acompañarle en el centro de convenciones recibieron la invitación como una recompensa al trabajo en su campaña. En el ejército de entregados voluntarios nunca se perdió el mensaje de la esperanza que les convirtió en 2008 en soldados de Obama. «En el fondo sabía que iba a ganar, pero tenía miedo de que todas las mentiras que han estado contando los republicanos acabaran surtiendo efecto», confesó Craig Moore, un agente inmobiliario de 47 años. «Hoy sé que en los próximos cuatro años tendré un país del que me sienta orgulloso, donde la gente se preocupe por sus vecinos y el gobierno por los más débiles».
Puerta a puerta
El júbilo y el orgullo de haberle conseguido puerta a puerta los votos para contrarrestar la campaña más cara de la historia alimentaba el entusiasmo. Shayna Kramer, de 33 años, se desgañitaba de emoción mientras veía salir al escenario a su héroe con la familia que tanto admira. «Hoy estoy orgullosa de mi país», repetía. «Ellos tenían el dinero, nosotros la gente para movilizar el voto. Tocamos más puertas, hicimos más llamadas, convencimos a más amigos, y al final fue la gente la que ganó, no el dinero».
En la estructura de movimiento de bases que construyó Obama en 2008 y reactivó para esta campaña jugaron también los predicadores de las iglesias afroamericanas, que llevaron a sus feligreses a la fiesta del McCormick. Un 93% del voto afroamericano fue para el primer presidente negro que ha redimido a toda una raza de esclavos al lograr que la mayoría del país le elija, no una vez, sino dos. Obama no les decepcionó, aunque sí les hizo esperar más de dos horas. Desde su gran púlpito les dedicó un sermón de los que levantan el alma.