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Una fantasía erótica

Enrique Montiel
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Apenas vi su imagen desgastada en la desgastada fotografía, vinieron a mi mente tantas lejanías como pájaros alados vuelan, posándose de nube en nube, por entre los oscuros nubarrones del cielo: Tantos recuerdos sin transcurrir entre nosotros. Había un mundo. Dos hemisferios grandes como sus ojos del color del arroyo de la miel. Cristina había sido siempre una mujer ambiciosa y selectiva, inteligente y dura. Se veía en sus ademanes autoritarios y en sus afiladas uñas, perfectamente manicuradas. Realmente, tenía una poderosa contradicción interior, heredada de sus padres. He fantaseado tantas y tantas veces con pasear con ella al rojo atardecer de la playa del Castillo, agarrados de la mano, y cruzarla en barquita de madera a Sancti Petri, para que disfrutara de una de las vistas más bellas y espectaculares que existen. He imaginado desplegar en la arena un blanco mantel de seda, anclado con dos candelabros de plata de velas rojas, encendidas. El arrullar del mar era suficiente música y, en un momento de debilidad, soñé le robaba un ósculo. Y otro.

Cristina: Con extrema delicadeza fui despojándote de tu camisa de Elie Saab, y, mientras tus siniestramente maquillados ojos me hipnotizaban sin remedio, tu respiración se convertía en vaho lanzado al cielo con celeridad por tus gemidos, en mi rostro. La quietud se convirtió en explosión y, en un brusco giro, al tumbarme boca arriba sobre el arenal y colocar tu cuerpo sobre el mío, volcaste uno de los candelabros sobre el mantel, que prendió en llamas, abrazadas a tu vaho. Pero continuamos besándonos con pasión ardiente al abrigo de la improvisada fogata, sin darnos cuenta del riesgo que existía de que un ascua saltara a nuestra espalda en ese laberíntico amasijo de masajes, caricias y mordisquitos. Y entonces desperté a la ocre realidad que es la vida. A tus jueguecitos de abogada vieja. O veterana. A ese complicado actuar que dominas a la perfección: el decir lo contrario de lo que piensas y hacer lo inverso de lo que has dicho que harías. Comprendí que lo nuestro había sido vano y no vaho. Que jamás nuestras manos iban a entrelazarse ni podrías contarme que tu madre era peronista y tu padre anti. Tus ojos no verían las costas atardecidas de Cádiz sino en postales arrugadas y lejanas. El mundo nos separaba y la política también. Nos alejó primero un matrimonio y después una Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado a la que quizá prometiste acudir tan solo para romper, una vez más, tu promesa. Y desperté y entendí que lo hacías por mí. Porque tus gentes no aceptarían nuestro amor. Porque la distancia iba a ser demasiado corta. Y decidiste, por ello, entonces, nacionalizar YPF-Repsol y liquidar el contrato con Talgo. Y tus periódicos dijeron que en tu agenda no estaba viajar a Cádiz. Pero sé que vendrás, Cristina Fernández de Kirchner, porque eres mujer antes que argentina y conozco tu enrevesada manera de pensar. Y cuando vengas, querrás conocerme.