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Aceloras versus azofaifas

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Los profesionales que se dedican al estudio del comportamiento del ser humano tienen la habilidad de dar nombres a las diferentes situaciones o conflictos que se pueden producir a lo largo de la vida de una persona. Han descrito el estrés postraumático, han perfilado las características de los diferentes roles que se pueden dar en cada relación grupal, liderazgo, indecisión, manipulación, interés, victima. Incluso han llegado a dar nombre al síndrome postvacacional. Como ya cada vez hay menos personas que disfrutan en paz de las tan ansiadas vacaciones, y vuelven al trabajo con una alegría inusitada en otros tiempos, ahora nos salen con el síndrome otoñal.

No conforme con las crisis de astenia primaveral ahora nos definen ese síndrome que nos invita al recogimiento, que nos hace más sensible a los cambios de luz y nos convierte en personajes algo más melancólicos y taciturnos.

Reconozcámoslo, el otoño es una estación que nos cambia el carácter. Nos hace más intimista, y su tenue claridad de los atardeceres nos invita a la introspección. Es como si un letargo nos invadiera de los pies a la cabeza sin remedio, como si una costra tristona se alojara encima de nosotros.

Algo que también cambia con el otoño es nuestro frutero. Atrás quedaron las acuosas sandias, lejos están los dulces melones, quién se acuerda del jugo meloso de la uva moscatel de Sanlucar. Los peludos melocotones olvidarán a los higos y brevas de ascendencia romana. Las voluptuosas cerezas, guindas y picotas darán paso a las silvestres grosellas, arándanos y otros frutos rojos.

En esta estación se preparan para saciar nuestro paladar más taciturno membrillos, chirimoyas, granadas, mandarinas del Tesorillo, castañas, nueces, almendras mollares, boniatos empalagosos y avellanas toreras. Todo un lujo de sabores, de texturas que nos deleitaran en nuestra tradicional fiesta de los Tosantos. Ese consenso culinario y frutal se ve roto cuando tratamos de dar nombre a ese fruto pequeño, de color marrón rojizo, ocre verdoso, de textura de manzana, con una sola semilla dura en su interior y cuyo dulzor cuando llega a fermentar puede empalagar. ¿Acerola o Azofaifa?.

La acerola tiene propiedades antinflamatorias, antioxidantes, tiene efectos astringentes, diuréticos y antifúngicos. Su alto contenido en vitamina C le confieren un gran poder para combatir el envejecimiento. A la azofaifa, fruto del azofaifo, rica en azúcares y mucílagos se le atribuyen propiedades expectorantes y como remedio contra las afecciones respiratorias, de la garganta, faringitis y laringitis. Incluso su madera, de especial tonalidad, se utiliza para la elaboración de instrumentos musicales, de esos cuya sonoridad es dulce.

¿Tú eres de acerola o de azofaifa?