Es noticia:
ABCABC de SevillaLa Voz de CádizCádiz
RELIGIÓN

Un club selecto

Treinta y cinco hombres y mujeres integran la lista de guías espirituales de la Iglesia católica

ANDRÉS JIMÉNEZ
MADRIDActualizado:

Son 35 y forman un selecto club del catolicismo. Estamos hablando de los doctores de la Iglesia universal. Para pertenecer a esta nómina que va creciendo a cuenta gotas a lo largo de los 2.000 años de cristianismo hay que acreditar cuatro condiciones: santidad declarada, ortodoxia en la fe, eminencia en la doctrina e influjo benéfico en las almas. San Jerónimo, san Agustín, san Ambrosio y san Gregorio Magno fueron los primeros en asumir esta dignidad en 1298. A esta nómina se sumó en 1598 el segundo ‘cuarteto’, formado por san Atanasio el Grande, san Basilio Magno, san Gregorio Nacianceno, san Juan Crisóstomo y santo Tomas de Aquino.

El Papa Pío V, en el siglo XVI, enumeró formalmente los requisitos para la declaración de la dignidad, y desde entonces otros 25 santos antiguos y modernos han sido reconocidos con el título.

Este ‘premio’, que concede el Papa a ciertos santos en virtud de su erudición y su papel como eminentes maestros de la fe para los fieles de todos los tiempos, puede concederse muchos años después de haber vivido el maestro de la fe. San Isidoro de Sevilla, por ejemplo, murió en el 560 y fue proclamado doctor de la Iglesia en 1722. San Juan de la Cruz y santa Teresa de Ávila, dos santos de finales del siglo XVI, fueron proclamados doctores de la Iglesia universal en el siglo XX. San Juan de Ávila, coetáneo de los anteriores, es el primer doctor del siglo XXI junto con Hildegarda de Bingen, abadesa benedictina alemana del siglo XII.

La Iglesia, al repartir estos honores, no aspira a hacer un ranking sobre las virtudes y merecimiento de los santos, sino proponer a los cristianos algunos autores que pueden ayudar espiritualmente a la feligresía,

Aparte de las dos primeras exigencias de haber sido elevados a los altares y mantener una ortodoxia doctrinal inquebrantable, el tercero es ya el más específico para los ‘doctores’: se trata de la eminencia de la doctrina. En este enunciado entra desde figuras de gran relieve académico e intelectual, como santo Tomas de Aquino o san Alberto Magno, hasta personajes que han llegado directamente al corazón de millones de personas como Catalina de Siena, Bernardo de Claraval o Teresa de Lisieux.

La hoja de ruta prevista para que una persona sea declarada doctor de la Iglesia se inicia con una solicitud formal, que en los últimos casos de san Juan de Ávila e Hildegarda de Bingen efectuaron las conferencias episcopales pertinentes. La propuesta es evaluada primero por la Congregación para la Doctrina de la Fe y después por la Congregación para las Causas de los Santos. Si las dos congregaciones dan su plácet, se convoca un encuentro conjunto de los cardenales de ambos organismos, que remite la petición al Papa. Si el Pontífice lo desea, puede proclamar doctores por su propia iniciativa, pero normalmente se atiene al procedimiento e interviene al final del proceso con el elemento decisivo: la proclamación pública destinada a la Iglesia universal.