Plus quam perfectum
Actualizado:Ocho años he tardado en comprender que vino al mundo fundamentalmente para poner de manifiesto que dos son compañía y tres una auténtica y descontrolada multitud. Ahora sé que vino para hacer tambalear los cimientos de mi cuadrada perfección y para darle la vuelta a todos los calcetines que había guardado como recuerdo de unos días felices y un sol de la infancia. Dicen mis hijos mayores que se me ve el plumero con Pablo, que consigue librarse de los castigos y de las reprimendas con solo una palabra. Y es cierto. Porque una palabra suya siempre basta para salvarnos del naufragio este que nos acecha. Pablo es un sindicalista -de los de antes- en chico, un perroflauta de metro y medio, un mago de la oratoria, un crack de la combinatoria lingüística, y sabe perfectamente cuando tiene que abrir la boca y cuando la tiene que cerrar y sonreír para que sea el hoyo de su mejilla el que maneje la nave del mundo. Es diplomático, políticamente correcto, reivindicativo, atento, hablador, servicial, cortés, halagador, encantador. cuando quiere, y tímido, protestón, impaciente, torpe, peleón, pesado, arisco, distraído, antipático, imposible y desaliñado el resto del tiempo. Sí, ya sé que es muy cansado este Pablo, pero es nuestro Pablo, el que tenemos, el que es capaz de conjugar el verbo querer en activa y en pasiva a un mismo tiempo, el que nos pone los pies en la tierra, el que nos recuerda, cada día, cuál es la edad de la inocencia y lo poquito que dura. Un milagro en continuo y peligroso movimiento, siempre al borde del precipicio pero siempre equilibrando la balanza entre lo permitido y lo permisible. Porque con Pablo no sirven los manuales, ni las recetas antiguas, ni las terapias modernas.
A Pablo hay que quererle así, sin condiciones, sin contratos, sin esperar nunca nada. Porque si algo nos ha enseñado Pablo en estos ocho años es que no hay nada perfecto. Pero sí pluscuamperfecto. Felicidades, Porta.