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Un aguacero de malas noticias

NURIA AGRAFOJO
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Las malas noticias se han convertido en el día a día de los medios de comunicación. Edición tras edición, los periódicos amanecen con decenas de informaciones que nos hacen pensar que estamos en un laberinto de difícil salida. A veces dicen la verdad y otras, simplemente, lo miran desde el otro lado, el prisma de lo negativo. No lo hacen con ningún fin, sino porque nos estamos acostumbrando a ese enfoque, influenciados por la situación de crisis que atravesamos en el sentido más amplio de esta terrorífica palabra. El otro día, cuando veía en la televisión las cientos de noticias con las que las distintas cadenas nos bombardeaban sobre las dramáticas inundaciones que se produjeron en algunas provincias andaluzas y en algunos puntos de nuestra ciudad, recordé que hubo un tiempo en el que escribíamos sobre los efectos positivos de la lluvia. Jornada tras jornada de lluvia, se informaba del nivel de crecimiento de los pantanos y de los beneficios que reportaba a los cientos de jornaleros que viven de su trabajo en el campo. Hablábamos de lo bueno de las cosechas y de los beneficios que traerían a corto y medio plazo. Contábamos la creación de puestos de trabajo y salían fotografías de ciudadanos que sonreían bajo su paraguas. Ahora, es difícil ver o escuchar esta versión. Si hay lluvias, solo hablamos de inundaciones y si no hay inundaciones, hablamos de charcos, y siempre acabamos contando las historias de quienes han perdido su casa o las pérdidas ocasionadas en los negocios de pequeños empresarios. Ahora, la lluvia ya no es sinónimo de riqueza, como defendíamos hace una década, porque la riqueza a la que se aspira no tiene que ver nada con la lluvia.

Los tiempos han cambiado, eso es evidente, pero quizás es hora de mirar la vida con un hilo de esperanza. El día a día hay que vivirlo, así que es mejor hacerlo poniendo buena cara.