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Trampantojo

Juan Manuel Balaguer
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Tanto Bernini, en la Scala Regia del Vaticano, como Borromini en la galería del Palazzo Spada también en Roma, recurren al trampantojo para modificar la percepción de desequilibrios armónicos de tipo arquitectónico. Con similar sentido, Andrea Pozzo recurre a esta ficción plástica para producir un efecto tridimensional en la cúpula de la iglesia de la Compañía en Viena, siguiendo con la tradición barroca de ilusionar llamando la atención, gracias a sus grandes formaciones técnicas y a las habilidades de realización de sus equipos heredadas del renacimiento. La capacidad que tiene la técnica del trampantojo de contrarrestar ciertas impresiones mediante la aplicación de efectismos plásticos que modifican las percepciones volumétricas, ha prestado grandes servicios a la arquitectura, al cine, al teatro, al urbanismo ingenuo.

Pero donde el arte del trampantojo se convierte en sutil ciencia, en malabarismo, es en el ejercicio profesional de la política, sobre todo en España e Iberoamérica, en donde nada es lo que parece. Las democracias por estos pagos de nuestros amores y dolores se han convertido en forillos de la Tía Norica, en toscos trampantojos artesanales en los que las rudimentarias perspectivas convierten a la muralla china en un seto de boj. La obsesiva politización de la vida, su omnipresencia tóxica, su manipuladora insinceridad, su deshonesta hipocresía, sitúan al contribuyente ante la tesitura de dudar si el que debe ingresar en la cárcel es el delincuente o el juez. Si el ser honrado conviene o no conviene. Si una minoría puede ejercer un presunto derecho contra los derechos de la mayoría. Si esa bambalina del teatrillo es una orla de laurel o un dogal. Si el altar es un patíbulo y el púlpito una hoguera.

En la edificación de la democracia soberana hemos recurrido a la argucia del trampantojo en demasiadas ocasiones, pues hemos querido creernos que el paisaje unidimensional era pluridimensional. Hemos querido creernos que una sociedad no necesita ser educada rigurosamente, formada constante y sistemáticamente, para alcanzar el equilibrio armónico de la democracia. Hemos menospreciado las esencias de la moral y la ética, del conocimiento sustantivo, conformándonos con los paisajes ficticios de la modernización espuria que le pone precio a todo sin valorar nada. La gestión de la cosa pública no es una ficción ni una afición; es un sacrificio, una ofrenda altruista, asistida por profesionales de la gestión vacunados contra la soberbia y la vanidad prepotente, propias del poder. Los mecanismos funcionales sobre los que hoy hacemos fluir la suma de nuestros porvenires se ha convertido en un inmenso trampantojo que aboca a la Nación a elegir un camino sin decurso ni recursos. El porvenir desahogado homogéneo, justo y justificado, de Europa y, por ende, de la Humanidad no puede depender de la interpretación ficticia de un paisaje sino de la monumentalización de la honra.