La escritora neoyorquina Nicole Krauss. / Kote Rodrigo (Efe)
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Krauss calibra el peso de la memoria en 'La gran casa'

"La imaginación es la llave para hacer soportable el peso del pasado" afirma la escritora | La narradora neoyorkina ha sido reconocida y mimada por la crítica estadounidense

MADRID Actualizado: Guardar
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Imaginemos un gran escritorio robado que lleva casi un siglo dando tumbos de casa en casa. Es una pieza imponente, con 19 cajones plagados de secretos de todos sus usuarios. Pudo pertenecer a Federico García Lorca, el primero de una insólita cadena que conecta al poeta con Daniel Varski, un autor chileno desaparecido bajo el terror de Pinochet y probable trasunto de Roberto Bolaño, vecino ocasional de Nueva York que presta el escritorio a una narradora en crisis. Muchos años después la hija de este narrador chileno reclamará el escritorio y pondrá en funcionamiento la imparable maquinaria de la memoria. El imponente mueble es una poderosa metáfora del poder del recuerdo, del peso de la herencia y de la conveniencia de asumirla o librarnos de su lastre y empezar de nuevo.

Ese dilema es la espina dorsal de 'La gran casa' (Salamandra), tercera novela de Nicole Krauss (Nueva York, 1974), la última revelación de las letras estadounidenses elogiada por Susan Sontag y por premios Nobel como Joseph Brodsky y J.M. Coetzee. Delicada, inteligente y sutil, atenta y curiosa lectora de Bolaño, Vila-Matas o Muñoz Molina, formada en Stanford y Oxford, esposa de Jonathan Safran Foer, otro valor en alza de la letras estadounidenses, Krauss asciende otro escalón en su carrera con un intenso relato en el que se cruzan muchos destinos y que indaga sobre las segundas oportunidades, la necesidad de reinventarse y la esencia de la escritura.

La narración ganó enjundia paso a paso. Debía ser un capítulo de un ensayo sobre Walter Benjamin, pero se convirtió en un cuento. Las historias se fueron sobreponiendo y engarzando en torno al escritorio "por pura casualidad" hasta concluir la ambiciosa novela sobre el peso de la memoria y los secretos. Una indagación sobre el recuerdo y sus trampas, sobre la pérdida y las conexiones entre sistemas totalitarios como el nazismo que amparó el holocausto y dictaduras como la chinela que discurre por Manhattan, Jerusalén, Londres o Budapest.

"La memoria no es un crónica del pasado. El escritor la usa de manera selectiva, para dar coherencia a lo que cuenta mediante la ficción. Altera el pasado para hacer soportable la herencia que nos conforma. Podemos o no podemos escapar a esa fuerza del pasado. La imaginación es la llave para librarnos de la losa de esa herencia, y eso aparece en este, como en mis dos libros anteriores" dice la escritora, en una gira promocional por España que le llevará al 'Hay Festival' de Segovia.

También es una constante en sus ficciones la reflexión sobre el oficio de escribir, "en mi caso una elección en función de las posibilidad de inventarme a mí misma, de decidir quién ser". "Crear personajes te permite escapar de tus limites" sostiene esta narradora que asegura "no tener ninguna idea mística sobre la escritura". "El poder de literatura radica en la obstinación que uno tenga en crearla. No tengo una ouija que me diga qué debo hacer y no negaré que la creación tiene un parte misteriosa. Los escritores se esfuerzan por ser comprendidos y quizá por eso escribo sobre los escritores" plantea.

Misterio

"Todos somos un misterio para nosotros mimos y para los demás. La escritura te permite atisbar esos misterios y solo a veces te da la oportunidad de aclararlos" plantea. "Escribir me permite observar la incertidumbre sin tratar de resolverla y es una posición en la que me siento cómoda" dice Krauss. Sabe que "los libros no frenan la guerra, no alimentan niños hambrientos ni evitan el dolor", pero "tienen la capacidad de transformarnos en lo más profundo y por eso son útiles para el lector". Cree Krauss, como Benjamin, que "la narrativa es el lenguaje del perdón" y que la literatura "ofrece un consuelo efectivo ante el caos y el sinsentido de la vida". "Nos permite reconstruir las vidas, darles sentido dentro de ese caos y crear un mundo de ficción tan real como el verdadero" resume.

Krauss se dio a conocer como poeta con el aval de Joseph Brosdky. Pero no tardó en saltar a la novela. No sabía muy bien cuál sería su camino, pero estaba convencida de que su futuro estaba en un género cuya muere se ha anunciado demasiadas veces. "La poesía era un desafío para mí desde los quince años. Con veinticinco me sentí atrapada: los poemas eran como cárceles. Había perdido la libertad tan necesaria para escribir" explica.

"Decidí experimentar con la novela. Fue un desafío, pero me sentí completamente libre y entusiasmada. Se me abrió como un territorio inexplorado que me permitía lo que la poesía me negaba" se felicita. "La novela es un género que te invita a reinventarlo y a reinventarte y por eso me siento cada vez más cómoda" dice. Es lógico que no esté de acurdo con quienes decretan su defunción. "Habrá novela mientras haya lectores. Ninguna otra fórmula aporta tanta información ni permite penetrar con tanta profundidad en la mente de otra persona y nos enseña tanto sobre la compasión y la empatía. Perder eso sería un drama" asegura.

Un entusiasmo por la novela que comparte la critica, que antes de cumplir los 30 la encumbró a Krauss gracias a 'Llega un hombre y dice', saludada como una de las irrupciones más frescas y potentes en las letras norteamericanas de las últimas décadas. Era una historia de tinte kafkiano sobre un hombre que pierde la memoria tras una operación quirúrgica y debe inventarse una nueva identidad. Confirmó las expectativas con su segundo libro, 'La historia del amor', traducida a casi 40 idiomas y alabada por Coetzee y Sontag. 'La gran casa' que presenta ahora al lector español, fue finalista del National Book Award en Estados Unidos.