Rajoy sale del búnker económico
El pulso nacionalista, la marcha de Aguirre y los comicios vascos y gallegos obligan al presidente a pisar la arena política
MADRID. Actualizado: GuardarEvitar el rescate económico se ha convertido en una obsesión para Mariano Rajoy. Más allá del estigma que supondría reconocer que, pese a lo que afirmó todo su partido en campaña electoral, no bastaba con un cambio de presidente para enderezar el rumbo de España, las condiciones que impondría la Comisión Europea a cambio de la ayuda financiera, unidas a las reformas y ajustes puestos en marcha por el propio Ejecutivo, provocarían una histórica caída del nivel de vida de los españoles.
Desde el pasado febrero, Rajoy ha vivido en una especie de búnker económico, con una agenda dominada por reuniones al más alto nivel, tanto con los principales responsables de la Unión Europea, como con los presidentes de Alemania, Francia, Italia o Finlandia, países claves para el futuro de España en el euro.
Unos contactos que le han proporcionado a Rajoy triunfos parciales como la consecución de una línea de crédito de hasta 100.000 millones de euros para sanear el sistema bancario español y, sobre todo, el 'sí' del Banco Central Europeo a la compra de deuda soberana de los países en el mercado secundario, todo un antídoto contra los especuladores.
Pese a ello, la sombra del rescate ensombrece la acción del Ejecutivo de Rajoy. Mientras el presidente español gana tiempo para evitar lo que muchos analistas consideran inevitable, los problemas de índole interna se han multiplicado hasta el punto de convertirse en una amenaza real, obligando al jefe del Ejecutivo a descender al barro político.
Eso sí, a su ritmo, para exasperación de más de un ministro. Pese a la urgencia de algunas situaciones como la deriva independentista de Cataluña, las protestas sindicales, la inesperada dimisión de Esperanza Aguirre o las dudas sobre el resultado que obtendrá el PP en las elecciones de Galicia y el País Vasco, el 'jefe' aplica los mismos tiempos que empleó para solucionar los graves conflictos que sorteó en su partido antes de llegar a la Moncloa. Una mesura que ejerce con absoluta convicción. Uno de los más estrechos colaboradores de Rajoy explica que al presidente «le gustaría decir más de una cosa en voz alta sobre el pulso soberanista de Artur Mas, pero no lo hará, porque su obligación es estar callado y ofrecer diálogo». Una táctica que quedó patente el sábado en Orense, donde ofreció a Mas puentes de entendimiento. Hay quien piensa en el PP que el plazo de la complacencia se ha agotado.
«España no se va a romper», sentenció el viernes José María Aznar que llevaba meses sin opinar de política patria.
Moncloa no ha podido evitar que desde la gran manifestación de la Diada, y los posicionamientos posteriores de la Generalitat, hayan dañado la imagen de estabilidad política absoluta que Rajoy enarbola en sus citas internacionales.
El adiós de Esperanza Aguirre le cogió con el pie cambiado. En público, todo han sido parabienes para la presidenta de la Comunidad de Madrid, pero los dirigentes del PP reconocen que su dimisión llega en el peor momento político para el máximo dirigente popular. Pese al énfasis puesto en explicar que la renuncia se debe a motivos personales, las últimas discrepancias entre Aguirre y el Gobierno de Rajoy (con especial virulencia en relación a la libertad del etarra Bolinaga) han puesto en evidencia que la cabeza más visible del ala liberal del PP y Rajoy no se entendían, de hecho, se hablaban muy poco.
Sabor a referéndum
El Gobierno asume que este otoño caliente se puede convertir en un verdadero infierno cuando presenten los Presupuestos Generales del Estado para 2013, que incluyen nuevos ajustes para intentar cumplir con el objetivo de reducir el déficit hasta el 6,3 % este año, único objetivo sagrado para el Ejecutivo. Rajoy anunció el jueves en Roma que subirá las pensiones, aunque no explicó cuánto. El resto de partidas están sujetas a nuevos tijeretazos.
No es el mejor contexto para afrontar dos citas electorales, con sabor a referéndum sobre la política económica de este Gobierno.
Rajoy, como en 2009, se encomienda a su pupilo Alberto Núñez Feijóo para que obre el milagro. Si la victoria del delfín gallego hace tres años y medio permitió acabar con los intentos de motín en la cúpula del PP, ahora podría permitir a Rajoy insistir en su teoría de que, por muchos que sean los que salen a la calle a protestar, la «mayoría silenciosa» de españoles continúa a su lado.