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Estreno en la web. El primer texto del Rey en la remozada página web de la Zarzuela fue la carta divulgada el pasado martes en defensa de la unidad de España y en contra de las «quimeras» secesionistas de los nacionalistas. :: R. C.
ESPAÑA

EL REY VUELVE A LA TRANSICIÓN

La carta crítica con el soberanismo catalán busca sintonizar con el sentir mayoritario de la sociedad españolaEl jefe del Estado intenta superar la crisis de imagen de la Monarquía con el refuerzo de su perfil constitucional

RAMÓN GORRIARÁN
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La figura del Rey cosechó sus mejores valoraciones entre los ciudadanos durante la Transición. En aquellos años, era moneda corriente las admoniciones del jefe del Estado a las fuerzas políticas para apuntalar el incipiente sistema democrático. Tampoco eran motivo de controversia sus mensajes a las Fuerzas Armadas, de indudable ascendencia franquista, para que se comprometiesen con los nuevos tiempos y los valores democráticos. Por no hablar de su intervención durante el fallido golpe de Estado del 23-F. Las palabras del Rey concitaban entonces el beneplácito general. La Zarzuela ha diseñado ahora una estrategia para recuperar el aplauso de antaño, y la ofensiva soberanista del nacionalismo catalán ha proporcionado el escenario que parecía ideal para reverdecer viejos laureles, pero el efecto no ha sido el mismo.

Don Juan Carlos dio con la tecla de cuál debía ser su papel político e institucional durante la Transición. Se remangó y trabajó para que el sistema democrático se asentara, pero sin el 'borboneo' -inmiscuirse en política- que le costó el trono a su abuelo Alfonso XIII. Remató su actuación con la deslegitimación de los generales golpistas del 23-F y el respaldo inequívoco al sistema democrático. A lo largo de estos años el Rey ha vivido de aquellas rentas, alimentadas, cierto es, con un comportamiento institucional intachable.

Pero el desafortunado accidente durante una cacería de elefantes en Botsuana, sus controvertidas amistades, la rumorología sobre los problemas conyugales en la pareja real, la opacidad de todo lo relacionado con la Zarzuela, a duras penas paliada con algunos destellos de transparencia, y, sobre todo, las andanzas judiciales de Iñaki Urdangarin por sus negocios privados han conformado una macedonia de problemas que ha deteriorado la imagen de don Juan Carlos a niveles nunca vistos en sus 37 años de reinado. El último sondeo del Centro de Investigaciones Sociológicas con preguntas sobre la Corona, el de octubre del año pasado, constató por primera vez que los ciudadanos suspendían con un 4,8 a la Monarquía. Y eso que todavía apenas se conocía algo de los presuntos delitos económicos del duque de Palma ni se había producido el costoso safari africano con la fractura de cadera del Rey incluida.

El quebranto de la imagen era indudable y creciente, y la Zarzuela tomó cartas en el asunto para recuperar aquel caudal de fervor popular que acompañó a la Monarquía en la Transición, o al menos, parte de él. Primero con una operación de imagen. Asumió como una más los recortes presupuestarios que afectan a toda la administración pública; divulgó las cifras, aunque fuera a grandes trazos, del reparto del dinero entre los miembros de la familia real; remozó su página web para, entre otras novedades, permitir que los ciudadanos puedan dirigirse al Rey, la Reina, los Príncipes de Asturias o las infantas a través un libro de visitas; difundió fotografías y reportajes. El Rey, además, redobló su agenda y, pese a estar convaleciente de su intervención quirúrgica, viajó por medio mundo, presidió numerosos actos institucionales y sus habituales encuentros con líderes políticos, sindicales y empresariales fueron menos discretos.

Menor presencia

Después de los intensos años de la Transición, en los que el Rey fue un agente catalizador de primera magnitud, el jefe del Estado había reducido su presencia pública en el tablero político. Sus intervenciones se limitaban a los discursos institucionales, las cumbres iberoamericanas, visitas de Estado y las felicitaciones navideñas, huérfanas de aristas polémicas. A lo sumo incluía mensajes de condena al terrorismo respaldados de forma unánime por las fuerzas políticas. Solo cuando del lehendakari Juan José Ibarretxe lanzó su plan secesionista, el Rey recordó en la Nochebuena de 2004 que entre sus funciones estaba la de «preservar la unión solidaria de las tierras de España».

Pero ahora se necesitaba algo más para relanzar la figura del jefe del Estado. Don Juan Carlos vio por televisión con sus colaboradores más estrechos la gigantesca manifestación soberanista del 11 de septiembre por las calles de Barcelona. Se preocupó. Dos días después, envió al jefe de su casa, Rafael Spottorno, a un desayuno informativo con Artur Mas en Madrid. Su presencia contrastó con la absoluta ausencia de ministros y dirigentes de PP y PSOE. El viernes, 14 de septiembre, don Juan Carlos y su equipo deciden colgar en la página web una carta de respuesta al envite de la Generalitat de Cataluña e informan al presidente del Gobierno, que da su conformidad al texto. Sin embargo, la Zarzuela aguarda hasta el pasado martes para hacerla pública. Ese día el Rey tiene que presidir la apertura del Año Judicial y la Casa Real no quiere opacarlo ni tener que responder a las preguntas de los informadores.

Una vez que el Rey abandonó el Tribunal Supremo, la carta se hizo pública. «Lo peor que podemos hacer es dividir fuerzas, alentar disensiones, perseguir quimeras, ahondar heridas. No son estos tiempos buenos para escudriñar las esencias ni para debatir si son galgos podencos quienes amenazan nuestro modelo de convivencia», rezaba un párrafo del texto. La misiva cayó como una bomba en todos los círculos políticos, en unos para bien y en otros para mal. La sorpresa fue total porque el Rey se mojaba a fondo y se ponía al frente del rechazo a la ofensiva independentista del nacionalismo catalán. Un gesto político impensable hace solo unos meses.

El 'blog' del Rey

Los nacionalistas, fueron catalanes, vascos o gallegos, pusieron el grito en el cielo porque el discurso real solo puso el acento en la unidad de España sin reconocer su diversidad y pluralidad. Las fuerzas de izquierda consideraron que el jefe del Estado se había extralimitado en su papel constitucional de «árbitro» que reina, «pero no gobierna».

PP y PSOE defendieron el derecho del Rey a pronunciarse sobre un asunto que afecta a la integridad nacional, pero quisieron ir más allá, al menos los populares. Entre los socialistas, en cambio, está extendida la opinión de que don Juan Carlos erró. El exministro Ramón Jáuregui cree que al Rey «no le conviene» entrar en ese debate porque sus palabras son «interpretables» ya que entran en el terreno político. Otros dirigentes del PSOE que prefieren el anonimato estiman que Rajoy debió frenar la iniciativa de la Zarzuela porque como no se puede satisfacer a todas las partes se presta a controversias.

En las redes sociales y tertulias informativas se hicieron bromas con el 'blog del Rey' y un comentario que adquirió mucho eco fue el de «en qué jardín se ha metido».

La Casa del Rey había calculado que con el rechazo a las aventuras secesionistas reflejaba el sentir de la mayoría de los españoles, así lo confirman todas las encuestas, aunque el precio fuera enfrentarse al rechazo de una minoría, en este caso nacionalista. La misma estrategia que empleó en la Transición, cuando el Rey era el portavoz del criterio mayoritario.

Pero han pasado muchos años desde entonces, y la sociedad y las fuerzas políticas han cambiado. La palabra del jefe del Estado ya no es incontrovertible, y mucho menos en controversias políticas. Los episodios negativos de los últimos años, a juicio de diversos sociólogos, pueden haber sido un baldón que impida recuperar la complicidad ciudadana con la Corona, y lo que funcionó en la Transición puede que no funcione casi cuatro décadas después.