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Un calle de Mogadiscio donde se exhibe un cartel del nuevo presidente somalí. :: FEISAL OMAR / REUTERS
MUNDO

Mogadiscio, la ciudad de las oportunidades

La capital somalí experimenta un 'boom' económico gracias a la iniciativas comerciales de sus expatriados

GERARDO ELORRIAGA
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La capital somalí renació la pasada primavera. El largo invierno, dos décadas de violencia y devastación, quiso ser superado definitivamente mediante una conferencia denominada 'Rebirth' y que reunió en la ciudad a numerosos individuos implicados en el colosal empeño de dotarla de una nueva vida. El evento, impulsado por el First Somali Bank, pretendía reunir a la comunidad expatriada, los agentes sociales nativos y la inversión extranjera en ese común objetivo. El hecho de que la institución financiera promotora fuera un banco comercial impulsado por la diáspora ejemplifica la situación que experimenta la urbe tan solo un año después de que los milicianos de Al-Shabab fueran expulsados de su perímetro.

Mogadiscio bulle en inglés, el idioma en el que los recién llegados cierran sus grandes negocios. La diáspora se halla detrás del 'boom' económico local y, desde el pasado lunes, cuenta con un aliado esencial. Como muchos de los nuevos emprendedores, el recién elegido presidente, Hassan Sheikh Mohamoud, cuenta con un perfil más gestor que político y su formación, el Partido de la Paz y del Desarrollo, se confiesa socialdemócrata, extraña credencial dentro del panorama político local, condicionado por las fidelidades al clan, a la fe o al respectivo señor de la guerra.

Cuando Somalia se desintegró, su elite formada huyó del país. Tras ellos, cientos de miles buscaron refugio en los países limítrofes y muchos demandaron visados para llegar a Occidente. El resultado es una de las diásporas más importantes del mundo en términos relativos. Aproximadamente el 15% de la población vive en el extranjero y una emigración gradual ha dado lugar a grupos familiares transnacionales, con lazos que pueden ligar a los parientes que aún permanecen en el antiguo hogar con otros que llegaron a Egipto o Kenia y aquellos privilegiados que consiguieron radicarse y medrar en los Estados del Golfo Pérsico, Gran Bretaña o Norteamérica.

Esos lazos de sangre han mantenido a quienes padecieron in situ dos décadas de violencia. Las remesas permitieron la supervivencia y, una vez alcanzada cierta estabilidad, han impulsado la reconstrucción y el desarrollo. La importancia de estas transferencias, estimadas en casi 2.000 millones de dólares anuales (1.523 millones de euros) y llevadas a cabo por un sistema informal conocido como 'hawala', resulta trascendental porque implicaba una seguridad de la que carecen los envíos de la ayuda oficial, afectados por la generalizada corrupción. El apoyo del exterior se halla detrás, por ejemplo, del progreso de Somalilandia, la provincia que ha optado unilateralmente por la independencia.

La estabilidad de Mogadiscio y el retroceso de las posiciones de Al-Shabab han aumentado el peso de los expatriados. Además de proseguir con los envíos de metálico, una minoría ambiciosa ha regresado a la capital para poner en marcha diversos negocios. Los requerimientos de una Administración que precisa de infraestructuras y las inversiones foráneas, especialmente turcas y de otros países de Oriente Medio, han fomentado la creación de empresas de hostelería y servicios. Los andamiajes pueblan la avenida Mecca al-Mukarramah, en el corazón de la capital, e incluso la playa de Lido, antes desolada, recupera sus cafeterías y restaurantes.

Elevada inflación

El regreso no resulta sencillo. El pragmatismo comercial de los retornados choca con una inflación galopante, la proliferación de entidades políticas autónomas y los intereses ancestrales de los clanes y grupos de poder de facto, verdaderas mafias caracterizadas por su voluble voluntad. La pugna por la dirección de la nueva etapa constituye uno de los principales riesgos para el futuro somalí.

Sin embargo, la seguridad supone sin duda el principal reto para los recién llegados. Los radicales manifiestan diariamente su capacidad destructora y no existen sujetos ni áreas a resguardo, tal y como reveló el atentado sufrido por el presidente tan solo 48 después de su nombramiento.

Las milicias también han intentado aprovechar la potencialidad de la diáspora. Sus redes, diseminadas por mezquitas frecuentadas por los compatriotas, han fomentado el proselitismo en la segunda generación con un credo que aúna la pureza religiosa y el odio contra la injerencia foránea. Hace tres años, un ciudadano danés de origen somalí se inmoló durante una ceremonia de graduación universitaria. Entre las 24 víctimas mortales había cuatro ministros, varios periodistas y numerosos licenciados médicos tan jóvenes como él.

Los nuevos empresarios combaten el miedo con la posibilidad de beneficios inmensos, tal y como otros han obtenido en países que precisaron la reconstrucción tras devastadoras contiendas, caso de Angola, Sierra Leona o Ruanda. Somalia aporta cierta atractiva excepcionalidad y es que, a pesar de su condición de Estado fallido, ha mantenido una intensa actividad económica. El territorio es el principal exportador de ganado del mundo, principalmente a Arabia Saudí.

La esperanza se nutre de los logros políticos, pero también de los militares. La caída de Kismayo, el principal puerto en manos de Al-Shabab, podría precipitar su derrota definitiva.