Harlem Désir junto a Martine Aubry, a la que releva al frente del Partido Socialista. :: BENOIT TESSIER/REUTERS
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El líder mínimo

Harlem Désir, hombre de aparato, dócil y sin carisma, releva a Martine Aubry al frente del Partido Socialista francés

PARÍS. Actualizado: Guardar
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Le llaman el líder mínimo. Es un hombre de aparato, dócil y sin carisma. Harlem Désir, fundador de SOS-Racismo, sucede al frente del Partido Socialista (PS) francés a Martine Aubry, que se consagra a la alcaldía de Lille tras cuatro años de mandato. En el congreso programado a finales de octubre está previsto que sea designado nuevo secretario general de la formación en el poder pues ha sido designado a dedo por el presidente François Hollande, en un flagrante incumplimiento de la promesa electoral de no ocuparse de las cuestiones partidistas.

A los 52 años, el caribeño Désir tiene todas las papeletas para convertirse en el primer jefe con piel oscura de un gran partido en un país en el que la diversidad étnica apenas está representada en las clases dirigentes. El pionero en la defensa del mestizaje y el antirracismo es hijo de un director de escuela martiniqués, simpatizante comunista y anticolonialista, y de una puericultora alsaciana, sindicalista de la CGT. Pero ni siquiera sus amigos llegan a la osadía de presentar a este hombre discreto, oscuro y acostumbrado a la sombra como un 'Obama francés'.

Lejos quedan los mediados de los años 1980 en los que un veinteañero Désir insufló aires nuevos a la política francesa desde la presidencia de SOS-Racismo, un invento maquiavélico del socialista François Mitterrand para impedir alianzas entre los conservadores y los ultraderechistas de Jean-Marie Le Pen. Eran los tiempos en los que la gran esperanza mestiza de la izquierda gala acaparaba la palestra mediática y se fotografiaba con Coluche, Isabelle Adjani o Bernard-Henri Lévy. De entonces data la principal mancha de su carrera política pues en 1998 fue condenado a 18 meses de prisión con dispensa de cumplimiento y 4.500 euros de multa por haber disfrutado de un empleo ficticio cuando dirigía la asociación antirracista.

Tras coquetear en 1992 con un grupúsculo ecologista, el político formado en las trostkistas Juventudes Comunistas Revolucionarias se afilió en 1994 al PS donde nunca ha conseguido ganar unas elecciones por sufragio universal directo. Eurodiputado desde 1999, el vicepresidente del grupo socialista en el Parlamento Europeo ha logrado sus mandatos electivos en escrutinios de listas cerradas. Número dos del PS desde noviembre de 2008, ya había experimentado el liderazgo interino del partido el pasado otoño al relevar a Aubry cuando se presentó a las primarias presidenciales socialistas.

Oscuras maniobras

La designación de Désir se sitúa en el polo opuesto de aquella experiencia abierta, transparente y democrática que supuso la rampa de lanzamiento de Hollande al Elíseo. Ahora el presidente socialista ha maquinado maniobras orquestales en la oscuridad del poder para promover a un camarada percibido como dócil, leal e inofensivo. A juicio de los observadores, es un potencial secretario general por defecto que representa el mínimo común denominador entre los paquidérmicos jefes de los distintos clanes internos. Los elefantes han parido un ratón.

Désir era el deseo ('désir' en francés) de 'la banda de los cuatro', los ministros más influyentes y todos aspirantes al Elíseo en 2022: Manuel Valls (Interior), Pierre Moscovici (Economía), Vincent Peillon (Educación) y Arnaud Montebourg (Industria). Confabulados por el interés común de nominar a alguien incapaz de hacerles sombra, conspiraron en los pasillos palaciegos para eliminar al incontrolable Jean-Christophe Cambadélis, que era la primera opción de Aubry y del jefe del Gobierno, Jean-Marc Ayrault, desairados por el apoyo digital de Hollande al otro candidato.

En vista del éxito, Aubry ha dado un portazo y se ha retirado antes de tiempo a Lille con lo que obliga a Désir a asumir de manera interina el mando del PS hasta el congreso de octubre. Entonces los militantes se verán abocados a sancionar con su voto una elección venida de arriba. Siempre que la democracia no depare una de esas sorpresas tan temidas por los aparatos.