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Los toros no son 'cool'

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Van por ahí susurrando que la emisión el miércoles de una corrida en TVE supone una vuelta atrás por ser algo «antiguo». «Qué antigüedad», dicen. Si les dan la razón eliminen de la programación las óperas de Puccini, los reportajes sobre pintura renacentista, los documentales sobre Egipto (por supuesto, también los de dinosaurios, los de las guerras mundiales y los de Cousteau) y hasta las pelis de vaqueros. Todo lo que huela a vetusto, todo lo que no sea Twitter y Facebook y Android y Apple tendría que ir a la basura si se aplica la doctrina de los sacerdotes de lo 'cool', esos promotores de una culturita cuatro punto cero, brillantes, pulcros y sosos como el pexiglás. 'Coolhunters', los llaman.

La tauromaquia, pese a tener más años que andar hacia atrás (no tantos como decía ayer la BBC, que atribuía su popularización a los romanos), es absolutamente actual, pues se ejerce como espectáculo y la gente acude a la plaza a verlo. ¿Mucha o poca? Algo menos que el fútbol, más que el cine, el teatro y la esgrima. Y nadie se queja cuando se habla de ellos en la tele.

El miércoles vieron la corrida de toros 1.200.000 personas, después de seis años de sequía arbitraria en la televisión pública. Los nietos se acordaron de los abuelos, los abuelos de cuando eran mozos, vale, pero hubo más espectadores en el País Vasco que en Andalucía. Así que ojito con los tópicos, que con la puerta de chiqueros también se abrió el armario de los fantasmas. Allá iban cientos de personas a menear el badajo de esta «fiesta enraizada en nuestra cultura», ese carácter «tan español» y hasta ese NODO, unos con desprecio, otros con morriña, perdidos todos como se perdió el barco del arroz en la barra de Sanlúcar. Sacaron a pasear una vez más los espíritus de Lorca, de Picasso y de Hemingway, hartitos ya, supongo, de justificar lo que no necesita justificación, de sacarle la cara a una fiesta que no es nacional, ni geográfica, ni ideológicamente. Ni falta que le hace.