Harry's Bar
Actualizado:Me enviaron a Ferdinando Turlon a Mogadiscio sin asignarle un cometido preciso. Lo enviaban más por su condición de genuino véneto que por la de experto en temas africanos, o lo que es lo mismo, para que echara una mano en el más determinado y robusto sentido de la palabra sin remilgos de tipo alguno. Puso a mi disposición, apenas llegó a Somalia, su joven robustez hercúlea y su tozudez de montaraz acémila, virtudes propias de las razas trabajadoras, como la véneta, en su caso, orladas por otras virtudes de más altos vuelos como la lealtad, la obediencia y la honradez. Su capacidad de trabajo, propia de un cíclope, y su admirable determinación para buscar soluciones a problemas de complejo postulado, le convirtieron muy pronto en el mando intermedio ideal.
Nacido en Padua, había aprendido de su padre los oficios de matarife y carnicero, los que amaba, dominando también todas las artes de la huerta. Tosco como el esparto, dominaba la ciencia del barrunto agrario más que las propias de la academia, si bien, y también como buen véneto, tenía paladar y criterio a la hora de sentarse a la mesa para evaluar una obra de arte culinaria. Su padre había sido proveedor del Harry’s Bar, el de Venecia claro es, pareciendo que Giuseppe Cipriani le atribuía la mítica calidad de su carpaccio de buey al ritual sacerdotal que practicara el padre de Ferdinando para despiezar el lomo alto.
Ferdinando, en los periodos de vacaciones de estudiante, distribuía los productos Turlon por los restaurantes y hoteles de Venecia, de ahí que conociera muchos de los secretos de la mitología veneciana, como el cocktail Bellini, también del Harry’s Bar, y también obra de Giuseppe Cipriani, lo que le permitía asegurar, jurar, que debía realizarse exclusivamente con albaricoque amarillo véneto, ‘il albicocche giallo’, convertido en un mágico puré, si no se quería incurrir en herejía y consecuente excomunión. Dominaba todos los preciosismos de la suntuosidad ritual y mitológica de la buena cocina, sin perder esa peculiar aspereza de labriego etrusco habilidoso.
Sin misterio y sin mistificación, sin ritos y sin mitos, no existe la menor posibilidad de eludir las condenas del ostracismo económico supino. La trama de la economía de Venecia, prodigio del desdén antipático y de la timidez sigilosa, no se cimenta en estereotipos turísticos ni en propagandas de Hollywood. Es una ciudad laboriosísima que no vive del cóctel Bellini o el carpaccio del Harry’s Bar; es la capital mundial del comercio de la seda suntuaria, con todo lo que ello conlleva de diseño, talento, ciencia, paciencia, tradición, investigación y tecnología, ejercidas de forma compatible y armonizada con la elegancia burguesa de una ciudad náutica que tiene la dicha de poder ver a Goldoni en el Teatro della Fenice.