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Tribuna

Sin políticos no hay democracia

ANTONIO PAPELL
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El rechazo que provoca en la opinión pública la clase política, que alcanza en ocasiones una verdadera detestación, es objetivamente un problema que debemos resolver para sacar a este país a flote. Porque, aunque pueda haber cierta justificación para sostener tal crítica generalizada, es evidente que esta clase política es la única que tenemos, y sin políticos -sin personas que asuman la representación de la ciudadanía- no hay democracia.

Es posible que acierten quienes califican a nuestra clase política de mediocre. Sin embargo, el desarrollo de cualquier colectivo profesional suele ir parejo al de la sociedad en general, por lo que quizá la esfera pública que no nos agrada sea nuestra imagen en el espejo. Además, existe una contradicción entre la queja por la falta de nivel de la clase política y el afán de reducir sistemáticamente sus retribuciones: si queremos, como decía Ortega, que a la política vayan los mejores, tendremos que retribuirles adecuadamente porque no siempre quien va a la política tiene madera de héroe. Ni falta que hace.

En realidad, el juicio global descalificatorio es precipitado, y los propios ciudadanos matizan cuando descienden de las generalizaciones a lo concreto: en política, como en cualquier otra actividad, hay de todo: gente honrada, gente cabal, pícaros y oportunistas. Lo que sucede es que aquí, al sobrevenir abruptamente la gran crisis, se ha mezclado la impericia política en la gestión del drama con el descubrimiento de una corrupción masiva e intolerable. Ha sido esta conjunción la que ha arrasado la imagen de la política, aunque, como es obvio, los corruptos han sido solo unos cuantos, que ya están en su inmensa mayor parte descubiertos y castigados.

Sea como sea, la propia corporación de políticos y sus agrupaciones -los partidos políticos- han de ser los primeros interesados en recuperar su imagen, depurando meticulosamente sus escalafones y afinando la calidad de su entrega pública. Pero nosotros, el cuerpo social, tenemos que ayudarles en esta difícil tarea; bastará, seguramente, con que pongamos de manifiesto cada vez que haya oportunidad que no todos los políticos son iguales. Ni mucho menos.