Damasco resiste bajo una doble vida
El corazón de la capital siria se convierte en un refugio de paz mientras los ataques se recrudecen a su alrededor
DAMASCO.Actualizado:Los helicópteros de fabricación rusa sobrevuelan Mezze. Se dirigen al aeropuerto militar de esta parte de la capital siria para repostar y cargar munición. Desde que el pasado 18 de julio un atentado costara la vida a la cúpula de seguridad del régimen, los ciudadanos de Damasco se han acostumbrado a sonidos hasta ahora inéditos para ellos. «Ya sabemos distinguir los morteros de los disparos de los tanques o los coches bomba. Desde la ventana del salón vemos a los helicópteros disparar sobre los barrios del este y sur mientras nosotros hablamos de ir al cine o a cenar a Bab Touma. Es como una película», asegura Annas Joudeh, miembro del movimiento opositor Reconstrucción del Estado Sirio.
El papel de la oposición nacional pacífica en la capital es testimonial desde la escalada en militarización del conflicto. «Nos limitamos a hacer algunas pintadas, repartir ayuda entre desplazados y, si es posible, organizar protestas exprés. Salimos, gritamos unos eslóganes, echamos panfletos, lo grabamos todo para subirlo a YouTube y en dos minutos nos disolvemos. Imposible hacer algo más», relata un activista que en los últimos meses ha sido arrestado varias veces.
El corazón de Damasco permanece a salvo de los grandes combates que se libran ya en barrios muy próximos y grandes ciudades del extrarradio. Los proyectiles disparados desde el monte Casium sobrevuelan la zona. Aun así la actividad prosigue como si no pasara nada. Cuando las operaciones se intensifican, miles de civiles ocupan parques públicos y rotondas huyendo de la violencia, pero pasadas unas horas regresan a sus barrios. Si sus casas han sido dañadas vuelven a Damasco para alojarse con familiares, en hoteles o, si no tienen medios, quedarse en escuelas y mezquitas que ya acogen a casi 30.000 personas, según la Media Luna Roja que supervisa 72 centros para desplazados internos.
Las colas en las gasolineras o en las oficinas de la Western Union para retirar divisas enviadas desde el extranjero son otros de los cambios de la nueva vida en el centro de una capital que funciona con horario solar. En cuanto cae la noche las calles se vacían. Los funcionarios, por su parte, son los únicos que acuden a sus puestos de trabajo y reciben su salario con regularidad, el resto de empresarios con pequeños negocios, restaurantes u hoteles están hundidos desde el estallido de unas revueltas que han vaciado Siria de cualquier tipo de turismo, hasta el religioso.
«En treinta años nunca había sacado mi tarjeta de identidad de casa y ahora no puedes ir sin ella ni a comprar el pan», lamenta un funcionario del régimen cada vez que le toca superar uno de los numerosos puestos de control que pueblan las arterias principales. La seguridad se ha reforzado y los edificios públicos son ahora claramente distinguibles además de por las fotos del presidente y las banderas nacionales, por los muros de cemento que se han levantado para rodearlos al estilo de Bagdad. Tanto vehículos como vendedores ambulantes han eliminado todos los retratos de Bashar el-Asad por miedo a represalias. «Ha dejado de ser un símbolo de poder», afirman algunos activistas.
«Frontera difusa»
En los lugares más sensibles se han cortado directamente las calles como medida de precaución ante posibles atentados. Entre tanto, taxis y transporte público, en furgonetas para doce pasajeros llamadas 'service', funcionan con relativa normalidad durante el día, aunque los viajes se alargan en función de la situación de seguridad en cada barrio o ciudad de la periferia. «La frontera entre los dos bandos es difusa. A veces te paran y no sabes si es el Ejército, un grupo armado de la oposición o simples bandidos que aprovechan la inestabilidad para actuar con impunidad», señala el conductor de un 'service'.
Los viajes fuera de la capital son cada vez más complicados. El tren ha dejado de operar, las carreteras no son seguras y los aviones de Syrian Airlines se han convertido en la opción más fiable para los que se lo pueden permitir. «En un viaje desde Efren -ciudad de mayoría kurda situada al norte de Alepo- a Damasco he pasado veinte puestos de control. Dos del PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán), diez del ELS (Ejército Libre Sirio) y ocho del Ejército», confiesa un empleado de hostelería que tras casi un año sin visitar a los suyos decidió viajar al norte. «Entonces me di cuenta de la situación real. Nunca imaginé ver así al país», admite.
Debido al clima de inseguridad, la gran mayoría de los ciudadanos de Damasco opta por limitar sus movimientos al máximo. «Este era el país más seguro de la región y ahora no nos atrevemos ni a ir de picnic a las montañas y parques como hacíamos cada viernes. ¿Esto es libertad, esto es democracia?», se pregunta Anas al-Jazayri, responsable del Observatorio Para las Víctimas de la Violencia y el Terrorismo de la capital siria.
Los que quieren salir de casa y trasnochar acuden a Bab Touma, barrio cristiano de la Ciudad Vieja donde los restaurantes están abiertos hasta las dos de la mañana y hay incluso 'after hours' donde se puede beber hasta el amanecer, cenar comida local y fumar narguile (pipas de agua con tabaco afrutado) y ver los partidos de las ligas mundiales, gracias a Al-Yasira. Mientras, de fondo, retumban los disparos.
«Me recuerda a Líbano en 2006. Mientras Israel bombardeaba el sur de Beirut, en Achrafieh la gente se pasaba la noche bebiendo copas, dos realidades radicalmente opuestas en la misma ciudad», confiesa el dueño de uno de los restaurantes de moda en la Ciudad Vieja, donde asegura no haber notado la crisis. Los problemas surgen al abandonar la zona y regresar a las calles en plena noche, momento de mayor número de escaramuzas entre leales y opositores.