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El reto de Romney-Ryan

JORGE DEZCALLAR
EMBAJADOR DE ESPAÑAActualizado:

La primera convención la hizo el Partido Anti-Masónico en 1831 y el Partido Demócrata de Andrew Jackson copió la idea el año siguiente. El Partido Republicano solo se fundó en 1854 y celebró su primera convención dos años más tarde y por eso la de Tampa hace el número 40 mientras que los demócratas celebrarán su cuadragésimo sexta en Charlotte del 4 al 6 de septiembre. Pero las convenciones ya no son lo que eran cuando los delegados acudían para elegir al candidato de su partido a la presidencia como todavía le ocurrió a John Kennedy en 1960, cuando tuvo que esperar a que votara Wyoming, el último estado de la lista, para ser proclamado ganador. Hoy se conoce de antemano el vencedor y la convención se limita a proclamarlo, a darle una tribuna desde la que ofrecer una imagen de unidad restañando las heridas que en el propio partido ha dejado la campaña de primarias y poder, por fin, ofrecer al país un esbozo con las líneas maestras de la forma en la que espera ganar la presidencia. Todo ello en un ambiente festivo y patriótico en el que hay multitud de seminarios, debates, conferencias y recepciones donde políticos y personalidades asistentes se mezclan con delegados e invitados en un ambiente muy informal que tuve la suerte de conocer en 2008, cuando asistí a las convenciones de los dos partidos en mi calidad de embajador en los Estados Unidos. Confieso que nunca he conocido a tanta gente interesante en tan poco tiempo.

El reto para el tándem Romney-Ryan es unir a un partido Republicano que llega a las elecciones radicalizado, desfigurado y más dividido que nunca. Es un partido en transición desde la vieja guardia a un liderazgo más joven, en el que la influencia del Tea Party ha radicalizado un mensaje que ahora habrá que volver a centrar -porque la victoria está en el centro- sin provocar desplantes y donde las fracturas se extienden desde la ideología a la política y la cultura. Quizás sean menores las diferencias en economía o asuntos sociales.

El núcleo del mensaje está claro: menos gobierno, menos gasto y menos impuestos en un tono reaganiano («we believe in America») que devuelva la esperanza y el orgullo a una nación quebrantada por la crisis y con dudas sobre su liderazgo en el mundo. De la convención tiene que salir un partido unido tras Romney y dispuesto a apear a Obama de la Casa Blanca. También ofrecerá un trampolín al futuro del partido en las figuras del gobernador de New Jersey, Chris Christie, y del senador por Florida, Marco Rubio. A los republicanos les interesa centrar el debate en los temas económicos y por eso han colocado en la convención un enorme reloj que muestra minuto a minuto cómo crece la descomunal deuda norteamericana. Al ponerlo en marcha ofrecía la asombrosa suma de 15.986 billones de dólares. Con B. Por su parte el presidente prefiere que se hable del aborto o de los impuestos que los ricos como Romney no pagan.

A finales de 2008 tuve ocasión de comentar con John McCain la derrota que acababa de sufrir. Si Obama le aplastó en votos electorales, la diferencia entre ambos fue tan solo de 5 millones de votos populares (55 a 50). McCain me dijo entonces que aparte de la economía y de la herencia recibida de Bush (que ni siquiera fue invitado a asistir a la convención de Saint Paul-Minneapolis), achacaba su derrota a que el voto negro y el voto joven se había movilizado por Obama de una forma sin precedentes y a que también los hispanos le habían dado la espalda. Y añadió: «Si los republicanos no recuperamos todos esos votos nos convertiremos en un partido marginal incapaz de ganar elecciones». El problema es que 4 años más tarde esos grupos siguen sin respaldar a los republicanos, cuyo mayor apoyo está entre los varones blancos y estos pueden no ser suficientes ya que este año se calcula que el 94% de los negros votarán demócrata, estos dominan también el voto hispano por 2 a 1 y las mujeres están comprensiblemente molestas con ciertas posiciones de los republicanos como las palabras sobre «violación legítima» del congresista por Missouri Todd Akin a quien ha defendido nada menos que Mike Huckabee, exgobernador de Arkansas y candidato presidencial hace 4 años. Eso quiere decir que Romney tendrá trabajar muy duro y que para poder ganar deberá igualar el 61% de votos que Reagan obtuvo de los varones blancos en 1983 y concentrarse además en el voto de los indecisos y de los llamados swing states: Florida, Iowa, Wisconsin, Ohio, Virginia, North Carolina y Colorado. En todos ganó Obama en 2008... pero todos ellos habían votado republicano cuatro años antes.

Eso explica la elección de Paul Ryan para la vicepresidencia. Ryan puede aumentar ese apoyo entre los blancos con menor educación, además de darle en bandeja Wisconsin. Ryan tiene también fuertes apoyos en sectores afines al Tea Party por su política presupuestaria y le da a Romney una firmeza que contrasta con su propia imagen de oportunista sin convicciones. Romney ha elegido a Ryan por las mismas razones que McCain eligió a Sarah Palin cuando logró arañar 6 puntos a Obama en la estimación de voto. De momento Ryan solo le ha aportado un punto y por eso Romney necesita capitalizar la convención para distanciarse de Obama, asunto en el que no le ayudan ni la actitud de Paul Ryan, enfadado porque no le dejan hablar y se niega a darle su endoso, ni el exgobernador de Florida, Charlie Christ, que se ha pasado al campo demócrata en cuya convención será un orador destacado.

Tampa abre una carrera hacia la Casa Blanca en la que ambos candidatos están ahora empatados a 45 puntos y en la que Romney procurará que la economía tenga la última palabra. El mormón es un candidato que no entusiasma ni a sus partidarios pero los republicanos detestan tanto a Obama que se alinearán tras de él sin fisuras. Se augura una campaña muy interesante.