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Nada hay más útil que el sol y la sal ( II )

DIEGO RUIZ MATA
CATEDRÁTICO DE PREHISTORIAActualizado:

La sal es tan útil y necesaria que ha generado una ingente y desordenada información que se expande como la sal en el agua. De modo que hay que elegir y sólo voy a abordar unos cuantos aspectos que amplíen los del artículo anterior, referidos a la época romana, mejor conocida por la documentación material, epigráfica y escrita, y cercana al entorno de la Bahía en que vivimos y conocemos.

La Gades romana y las ciudades de su territorio fueron prósperas en la Antigüedad debido al mar, su verdadero pulmón económico en muchos aspectos. Pero fue la pesca y la industria derivada de las salazones del pescado su actividad más productiva. Y la sal, su materia prima necesaria, valiosa y codiciada. Lo que queda reflejado en el geógrafo griego Estrabón al establecer una conexión íntima entre la producción de salazones y la extracción de la sal en la Turdetania. Pero ¿dónde se hallaban esas salinas?. Arqueológicamente no se ha excavado ninguna, pero la existencia de numerosas factorías pesqueras y alfares fenicios y púnicos, desde al menos el siglo VI a.d.C, y las grandes industrias romanas no hubieran sido posible sin la existencia cercana de las salinas de evaporación, como sugieren los análisis arqueométricos de una muestra de pescado salado recogida en un ánfora del siglo V a.d.C hallada en Campo Soto -Isla de León-, debido a la ausencia de bromo, sólo presente en la sal obtenida por ignición. La dificultad en hallarlas reside en la dinámica cambiante fluvio-marítima de las áreas marismeñas, que ha contribuido a borrar sus huellas, esculpidas en las desembocaduras de los ríos que durante siglos han rellenado progresivamente sus estuarios y borrado los vestigios de la actividad salinera. A ello también ha contribuido su reactivación en estos últimos siglos hasta la actualidad, pues seguramente se produce sal en los mismos lugares de hace siglos. Como es sabido, la cuenca de la Bahía gaditana ha variado notablemente en tres mil años hasta su configuración actual, lo que dificulta estudios detenidos y precisos sobre la ubicación de las antiguas industrias salineras. Pero donde hay factorías y alfares de anforas, las salinas se vislumbran cercanas. Y en este sentido debieron situarse entre San Fernando y la desembocadura del río Guadalete donde las salinas de evaporación pudieron construirse sobre la roca, próxima al mar, mediante pozos y piletas, o sobre el fango, tratándose entonces de una compleja red de canales y pilas que reciben el agua salada por acción de las mareas para canalizarlas mediante receptáculos en pendiente en cada uno de los cuales se producía el proceso de evaporación y precipitación de sales. Son las habituales en las costas atlánticas peninsulares, donde las mareas suministran el agua salada requerida para su cristalización.

El trabajo en las salinas no difería mucho de la de épocas posteriores. Su extracción precisaba de una mano de obra abundante durante los meses de mayor actividad, en primavera y verano, disminuyendo considerablemente a la entrada del otoño y en invierno. Además del personal administrativo y de un supervisor general, se requería trabajadores especializados para el control de las entradas y salidas del agua, limpiadores de canales, carpinteros y albañiles. La recogida de la sal se llevaba a cabo con personal especializado contratado para la temporada de mayor actividad. Para los trabajos no cualificados se disponía de esclavos y de trabajadores libres empleados para estos menesteres, procedentes con seguridad de lugares cercanos.

Una inscripción del siglo I d.C menciona a diez esclavos y a un liberto que pertenecen a dos sociedades -empresas o actividades privadas- distintas, la salinera y la fabricante de la pez. Un dato de importancia que sugiere que hubo salinas en las que estaban separadas la actividad de la obtención de la sal y la de la preparación de los recipientes destinados a contener la sal que, con frecuencia, se exportaba. Es una práctica conocida la aplicación de un baño de pez líquida en el interior de los recipientes porosos -cerámicas, madera o cuero- para su impermeabilidad. Si las salinas tenían cerca industrias conserveras de pescado, quedan justificados los trabajos técnicos para la fabricación de esta resina para los recipientes contenedores de sal y pescados. Puesto que la pez, o sustancia resinosa, se obtenía sobre todo del pino, hay que señalar en la Bahía gaditana, y mediante análisis antracológicos -identificación botánica de los carbones prehistóricos-, una importante masa de pinares, documentados al menos desde el segundo milenio a.de.C. Y, según Estrabón, esta resina constituía en esta zona una de las materias primas que se exportaban a numerosos lugares, junto a la sal fósil y la salazón de pescado.

Otro tema que ha acaparado la atención de los historiadores se ha centrado en la pregunta de quién gestionaba las salinas. Los testimonios literarios, jurídicos y epigráficos, que la contestarían, son escasos, fragmentarios y se refieren a diferentes épocas y a lugares diversos. De este popurrí, un pasaje de la obra histórica de Tito Livio, de fines del siglo III a.de C., señala que el Estado romano imponía impuestos sobre la producción anual de la sal y adjudicaba concesiones de venta. ¿Fue así siempre?. Carecemos de datos, pero es cierto que el Estado se reservó el dominio sobre las minas, las canteras, las salinas y otros productos, primando siempre su interés sobre los de las ciudades o los de los particulares. Sin embargo, no disponía de un aparato burocrático tan complejo como para estar presente en todos los dominios públicos. Y durante el período republicano, fue habitual que el Estado se reservara la propiedad y cediera, mediante contratos, la explotación de estos recursos a particulares. En síntesis, y resumiendo este problema complejo, el Estado no perdió sus derechos sobre la sal, pero, en la mayor parte de los casos, cedió la explotación de las salinas a las ciudades, a sociedades o a particulares a cambio de la percepción de un impuesto regular. Salvo en el caso de Gades, que durante el siglo II a. C. mantuvo las estructuras tradicionales púnicas en lo referente a la producción de salazones y de los envases destinados a su transporte, lo que puede constituir un indicio de que poseían propiedad plena de las explotaciones de las salinas. ¡Gadir-Gades-Cádiz, tan poderosa e influyente en otros tiempos!.