Ann Romney humaniza al candidato
La naturalidad de la mujer del aspirante republicano aligera en la Convención la tensa imagen del rival de Obama
TAMPA.Actualizado:A principios de 2008, Michelle Obama estaba preocupada por la euforia que despertaba su marido entre quienes le aclamaban como a un ídolo. «No es perfecto», advertía en los mítines. Para demostrarlo contaba cómo dejaba los calcetines sucios tirados por la habitación o salía tranquilamente por la puerta mientras ella vestía a las niñas, preparaba el desyuno y desatascaba el retrete antes de salir corriendo a la oficina. La maquinaría republicana pronto la retrató como una «mujer dominanta» y una «negra resentida» que se entrometería en los asuntos de Gobierno. Para cuando llegó a la coronación de su marido los estrategas ya la habían domesticado. Con Ann Romney, de 63 años, no ha hecho falta. Hace mucho que aprendió a humanizar al candidato sin salirse de su papel.
Mitt Romney ya no tiene que pelear por el apoyo de las bases que ayer le eligieron candidato republicano en perfecta disciplina de partido. Los que podían haberse saltado el guión, como los delegados del libertario Ron Paul, fueron sustituidos sin miramientos y el fuego se apagó discretamente entre bambalinas. Lo que el exgobernador de Massachussetts necesita ahora es ganarse el cariño de los independientes y ahí es cuando el papel de su esposa resulta clave.
Como Michelle Obama desde que aprendió a comportarse como se espera de una primera dama, Ann Romney goza de más popularidad que su marido. Y a diferencia de éste se siente tan cómoda en el papel de relaciones públicas que no necesita leer constantemente el guión y puede ser espontánea. Lleva años aprendiendo. En 1994, cuando su esposó le disputó a Ted Kennedy el asiento del Senado por Massachusetts, Ann conoció por primera vez la hiel de la política. Su primera entrevista en profundidad con The Boston Globe dio por fruto un perfil nada halagueño con cuyas declaraciones el Boston Herald tituló: «Hija de privilegiados sabe poco del mundo real». El encontronazo mediático le dejó tanta amargura que prometió no volver a involucrarse en otra campaña política. «No hay dinero para pagarme por ello», respondió. Ocho años después, cuando su marido se presentó a gobernador, cumplió su palabra manteniendo un bajo perfil.
Algo debió de cambiar una vez convertida en la mujer del gobernador, con cinco hijos y 18 nietos. Pronto empezó a sentirse cómoda hablando de sus recetas de repostería y de lo buen padre de familia que es su marido. El azote de una esclerosis múltiple le sirvió para desarrollar una piel de elefante y su amistad con las mujeres de otros políticos, como Elizabeth Edwards, que la enseñó a sobrevivir al cáncer delante de las cámaras, le dio las tablas para disfrutar del papel. Tanto, que según el candidato fue ella quien le animó a presentarse de nuevo a la Casa Blanca, tras su dolorosa derrota de 2008 frente a John McCain.
Cuando Mitt Romney se tensa frente a las cámaras por temor a que una frase fuera de contexto le cueste la carrera, como le ocurriese a su padre, es su esposa la que se pasea con la prensa en la parte de atrás del avión para desengrasar la situación. Ayer, antes de su discurso estelar en el pabellón de la Convención Republicana que hoy coronará al candidato electo, Ann desvelaba tranquilamente los entresijos de sus preparativos.
Papel de ama de casa
«Lo más divertido es que Stuart Stevens, que se pone las camisas del revés, me está dando consejos sobre lo que me tengo que poner», bromeó. «Francamente, no me había dado cuenta de que Stuart o mi marido tenían que sopesarlo. Para mí esto iba a ser como mi noche de bodas, no le pensaba contar lo que me iba a poner, pero ahora resulta que todos tienen una opinión».
Ann es crucial en una campaña que arrastra un déficit de 54% a 42% entre las mujeres, según CNN. En una encuesta de The Washington Post y ABC el 53% de los encuestados cree que Barack Obama hará un mejor trabajo con los asuntos que preocupan a las mujeres, frente al 32% que apuesta por Romney, aunque éste gana entre los votantes masculinos.
Con la ayuda de Facebook, Twitter y Pinterest, Ann Romney, que como dijo fatalmente la analista demócrata Hilary Rosen «no ha trabajado un día en su vida», ha conectado con las mujeres que resienten su papel de ama de casa. Ann es su redentora y también una cara más moderada para quienes se sienten víctimas de los ataques conservadores al derecho al aborto o la planificación familiar. De hecho en los años 90 llegó a donar cien dólares (unos 80 euros) a la organización Planned Parenthood a la que su esposo hoy promete retirar los fondos públicos. Para ella se trata de «una opción personal de cada mujer».
Nada de eso estuvo anoche en el discurso más importante de su vida. La presentación política del candidato correspondió al gobernador de New Jersey Chris Cristie, que ha aparcado sus propias aspiraciones presidenciales para cerrar filas en torno al nominado. Ann Romney parece destinada a ser una Laura Bush que brille sutilmente con luz propia para suavizar la imagen del hombre con el que empezó a salir a los 16 años y que le ha prometido convertirla en reina de la Casa Blanca.