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El terror convierte Damasco en una ciudad fantasma

Las calles de la capital siria se vacían el viernes de la oración, día festivo en el país y escenario de las mayores protestas contra el régimen

DAMASCO. Actualizado: Guardar
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La llamada del muecín se mezcla en las callejuelas de la ciudad vieja de Damasco con los cañonazos de la artillería siria que desde hace tres días centran sus ataques en Darya, localidad del sur de la capital. Decenas de civiles han perdido la vida, según los Comités de Coordinación Locales de la oposición, y varios vecinos informaron de la retirada de la localidad del Ejército Libre Sirio (ELS) y la entrada de una columna de tanques. Se acerca la hora de la oración pero apenas se ve gente entrando a la Gran Mezquita de los Omeyas.

Soldados vigilan los accesos y piden la documentación a muchos de los fieles. La tarjeta de identidad es imprescindible para moverse en una ciudad llena de puestos de control. Los medios sirios acuden a la puerta principal, el cámara cierra el plano, pero ni así se puede mostrar una imagen remotamente parecida a lo que era esta mezquita un viernes antes del estallido de las revueltas contra Bashar el-Asad.

Apenas un puesto de zumos de naranja y un vendedor de café esperan a los fieles tras el final del rezo. Este era el día en el que los comerciantes ambulantes aprovechaban la jornada festiva para apostarse en los alrededores del templo, pero «ahora este es un día para quedarse en casa y no salir», confiesa un padre de familia que ha acudido al rezo con sus dos hijos y su mujer y que inmediatamente abandona el lugar. Otro hombre explica la presencia de militares armados en los accesos debido a «las amenazas de muerte contra el ulema Mohammed Said Ramadan al-Bouti», responsable de la plegaria de los viernes y fiel seguidor del régimen. Ni rastro de los grupos pro El-Asad que al comienzo de la revuelta se desplegaban frente a los templos para cantar alabanzas al presidente tras la salida de los fieles.

«Demasiadas mentiras»

Cada viernes la salida de la oración se convierte en momento de protestas en el país y se multiplican los choques con las fuerzas de seguridad, algo que no ha ocurrido de momento a las puertas de la Gran Mezquita. Unos niños juegan con las palomas en la explanada de acceso al templo cuando los cañones vuelven a rugir. Su madre mira al cielo, les llama y enfilan el zoco del Hamidie. «Yo ahora lo llamo el viernes del terror, puede pasar cualquier cosa», confiesa un funcionario que, como han hecho muchos cabezas de familia, ha enviado a los suyos fuera de la capital.

La gente prefiere quedarse en casa y seguir las noticias por televisión, «lo que produce gran dolor de cabeza porque ahora todo el mundo habla de Siria y hay demasiadas mentiras por las dos partes», lamenta el dueño de un hotel de la ciudad vieja que, como el resto de hoteles de Damasco, está vacío. La situación actual contrasta con la de los últimos años, cuando el país acogió a millones de iraquíes y de libaneses que huían de sus lugares de origen y que ahora, sin embargo, ha superado ya los 200.000 refugiados, según las últimas cifras de Naciones Unidas.

Tras salir de la mezquita no hay más que dar un pequeño paseo por parques como Tashreen, el zoológico de Adawi o los restaurantes del monte Casium, todos casi desiertos, para comprender que los viernes Damasco ya se han adaptado a los tiempos de guerra.