Breivik, en la sala 250 del tribunal de Oslo. :: ODD ANDERSEN/AFP
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Breivik sonríe su sentencia

El asesino noruego es condenado a 21 años de cárcel, que pueden ser prolongados de forma indefinida por los jueces

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Una sonrisa floreció en el rostro de Anders Behring Breivik al conocer ayer su sentencia. Cuando la jueza Wenche Elizabeth Arntzen leyó el fallo del tribunal de Oslo, la satisfacción fue evidente en el fanático que asesinó hace trece meses a 77 personas en el barrio ministerial de la capital noruega y en la isla de Utoya. Había conseguido lo que deseaba y no ha sido declarado un demente. La Justicia le considera penalmente responsable del doble atentado y por eso le condena a 21 años de cárcel prorrogables, que puede equivaler a una cadena perpetua porque una vez cumplido este castigo, los magistrados pueden prolongarlo de forma indefinida.

Y es que la sala 250 descartó considerarle «una persona loca», como había pedido el fiscal, una decisión que le hubiese enviado a un centro psiquiátrico. La sentencia le describe como un sujeto responsable de sus actos y descarta la posibilidad de que Breivik sufriese un brote psicótico cuando comenzó la matanza de aquel lluvioso 22 de julio de 2011. Eso sí, los jueces subrayan que es una persona que sufre un importante «desorden de personalidad».

«Nos ha dicho que la sentencia no era ninguna sorpresa», declaró Odd Ivar Gron, uno de los abogados defensores del fanático, quien confirmó que no presentarán ningún recurso. Pero el tribunal -compuesto por dos juristas, un maestro, un funcionario y un jubilado- no quiso retratar al condenado como un fundamentalista victorioso, y trató de destacar los fracasos que ha ido acumulando a lo largo de su vida. Le tildaron de adolescente problemático, empresario frustrado, narcisista, obseso, antisocial y persona profundamente acomplejada. Aun así, consideraron que eso era irrelevante a la hora de decidir su responsabilidad penal. Cuando se describió su infancia y la separación de sus padres, Breivik no pudo mantener su semblante imperturbable y durante algunos segundos se contempló cierta rabia en su mirada.

El fallo también complació a las víctimas. Muchas estaban presentes en el tribunal, detrás de una cristalera a la espalda del fanático. En el momento de la lectura de la condena no se dieron reacciones aparentes, pero durante el primer receso hubo numerosos abrazos emocionados y sonrisas de satisfacción en los pasillos. La mayoría solo espera que Breivik «no vuelva a pisar la calle». «No está loco, simplemente es muy, muy estúpido», escribía en Twitter Khamshajiny Gunarathnam, que huyó a nado de la matanza en el campamento de las juventudes laboristas del islote de Utoya. Viljar Hanssen, que recibió cinco disparos y necesitó varios meses para recuperarse de las heridas, fue más tajante: «Al fin. Punto final».

Más tarde, cuando el juez Arne Lyng repasaba los atentados y realizaba una meticulosa y cruda enumeración de las víctimas, muchos tuvieron que esconder su rostro para tratar de ocultar la emoción. «Parece una decisión muy razonable, inteligente e independiente», explicó Mette Yvonne Larsen, miembro del equipo legal que defiende los intereses de las familias de los 77 muertos y a los doscientos heridos, y deseó que la Fiscalía no presente ningún recurso, ya que sería «muy duro» celebrar un nuevo juicio. Según un cálculo provisional, el proceso le ha costado al Estado más de 170 millones de coronas (23 millones de euros), incluidos los gastos de la defensa y los representantes de las víctimas, así como la reforma de los edificios ministeriales.

Discurso interrumpido

A su llegada al juzgado, Breivik realizó su ya habitual saludo con el puño en alto. Durante más de cuatro horas permaneció en silencio y escuchó con indiferencia a los magistrados. Tomaba notas, jugueteaba con su bolígrafo y continuamente bebía agua. Pero al final del juicio, y como era de esperar, pretendió dar un discurso antes de ser encerrado en el calabozo. Dijo que no podía ni aceptar ni rechazar el dictamen porque no reconoce la autoridad de un tribunal «nombrado» por los partidos políticos que apoyan el multiculturalismo al que él se opone. Pese a que los magistrados cortaron el sonido de su micrófono, la sala pudo oír cómo el fanático pidió perdón a los «militantes nacionalistas» por no haber matado a más gente.

A partir de ahora, Anders Behring Breivik permanecerá recluido en la prisión de Ila, en el oeste de la capital noruega. Allí disfruta de una celda de 24 metros cuadrados con máquinas de musculación para mantener su estado de forma y un ordenador portátil, sin conexión a Internet para evitar que se ponga en contacto con el exterior, pero donde ha comenzado a redactar su autobiografía. Además tiene derecho a ver la televisión y recibir prensa escrita.