opinión

Incapaces y privilegiados

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En el desolador paisaje de la crisis nadie me merece más respeto que un parado. «¿Qué piensas de los parados?», me preguntan, y respondo como Churchill cuando le pedían opinión sobre los franceses: «No sé, no los conozco a todos». Pues eso. Sé que hay millones que al drama de no tener adónde ir cada mañana unen el de haberse gastado los ahorros y no tener nada. En la televisión salen algunos que dicen estar buscando dinero para poder comprar los libros del curso que viene antes de que suba el IVA. Los parados conviven en el mapa de figuras descompuestas con banqueros insaciables, financieros chorizos, aristócratas que pierden el sueño porque imaginan la celda de una prisión, constructores insaciables, especuladores de terrenos, listos que se apuntaron al negocio de última hora; aquí una bodega, aquí un restaurante, aquí unos terrenitos. Un desastre. Lo único que permanece estable es la figura del político. A ellos sólo les afecta la crisis porque la han de explicar mientras tuercen esa boquita que Dios les ha dado y que les vale para darte la hora o los buenos días con el mismo gesto que usan cuando se refieren a los parados. Desde el PP nos han mareado toda la semana con el señuelo veraniego de si es o no oportuno mantener los 400 euros a los que ya han agotado todas las subvenciones. Ese dinero extra ha de pagarse con los impuestos de todos aquellos que vivimos el milagro tan español de tener un puesto de trabajo, y por lo que a mí me toca nada objeto. Más urgente que una obra, unas fiestas o un concierto de Bisbal es atenuar el problema de quien cuenta los céntimos en su bolsillo. Por las televisiones sale con agostidad y evidente torpeza un cuarta o quinta fila del PP hablando del asunto. El problema es que estos deshechos de tienta política tan útiles para la faena del que encabeza el cartel son capaces de mirar a la cámara con el mismo gesto para afirmar que hay que dar los 400 euros o no darlos. No, la crisis no va con estos que son incapaces de ver personas, sólo votos. En ‘La mancha humana’, un libro de Philip Roth que les recomiendo, uno de sus personajes habla del fracaso universal de los sistemas educativos: «Hoy el alumno hace valer su incapacidad como un privilegio». Enseguida vino a mí la cara del político español explicando como una gracia de partido lo que es un estimable esfuerzo de todos los españoles. Ese mismo personaje de Roth discurre en otro momento: «Ya no hay criterios sólo opiniones. Han visto qué bien imaginan España los grandes escritores sin necesidad de nombrarla». Qué bien, ¿verdad?