Numerosos controles blindan el centro de una ciudad desierta al caer la tarde
DAMASCO.Actualizado:Todo parece normal. Hay menos gente de lo que era habitual, pero los taxis siguen cubriendo el trayecto entre Beirut y Damasco a los precios anteriores a la guerra. «El problema suele ser ahora completar el pasaje, salen muchos menos servicios al día», lamenta uno de los conductores habituales de una ruta en la que «hace meses que no vemos extranjeros, solo sirios». Desde la capital libanesa se tarda apenas una hora al puesto de Al-Masnaa y de allí se llega al de Yedeidet Yabous donde las fotos de Hafez y Bashar el-Asad anuncian que se ha llegado a Siria en un enorme cartel que reza «Dios, protege a Siria».
«Aquí está todo tranquilo, no es como en el norte o en la frontera con Irak. Tenemos la situación bajo control», asegura un funcionario de la aduana sentado en una silla de mimbre mientras escarba en la hierba de su vaso de mate. El taxi compartido sigue su camino hasta la estación de Somariyeh de Damasco -cuesta quince euros por pasajero- y abandona al periodista en este punto ya que hay que pasar un control especial para poder meter las cámaras de vídeo y fotos en el país. El funcionario encargado de la prensa extranjera se encuentra en «una misión» fuera de la aduana y hay que esperar a que regrese, informan sus compañeros que supervisan con tranquilidad el goteo de vehículos que se acercan al puesto de control.
Pasada una hora llega la persona que tiene que contrastar el material que entra al país con la lista previamente enviada al Ministerio de Información. Joven, repeinado y con unos pantalones vaqueros tan ajustados que apenas le dejan meterse la pistola en la parte trasera, por lo que cuando se agacha a registrar la bolsa casi se le cae el arma. Enmarcados en cuadros dorados, Bashar y su padre observan al funcionario manipular la cámara de fotos como si fuera un arma de destrucción masiva. El problema son las siglas GPS marcadas en uno de los laterales. «Podría servir para marcar coordenadas», comenta para sí mismo mientras marca el teléfono de su jefe para discutir un tema que queda zanjado en unos minutos. «No hay peligro, bienvenido a Siria», concluye mientras firma un papel y ordena a un compañero de la oficina que haga una fotocopia.
Enfrentamientos
Por fin en Siria. Unos pocos taxis blancos y amarillos esperan a los viajeros que llegan a pie o que por problemas burocráticos han perdido su transporte colectivo. Damasco está a apenas cincuenta kilómetros, pero los conductores vuelan para llegar lo antes posible. La seguridad en la carretera es el monotema. La noche anterior hubo enfrentamientos duros en una zona próxima al acceso a la capital desde Líbano, junto al aeropuerto militar de Mezze. Apenas hay circulación.
Avanzados unos metros está el primer puesto de control a la altura de Dimas. Desde la cuneta los vendedores de miel esperan tirados a la sombra la llegada de algún comprador. Hay que mostrar el sello de entrada al país y los militares ordenan continuar. Después vendrán otros cinco puestos de control, cada uno de ellos formado por dos o como máximo tres soldados y en cada uno hay que mostrar la documentación. El último en la misma entrada al barrio de Mezze, este con mayor presencia de hombres armados, uniformados y de paisano, que además del pasaporte preguntan a cada pasajero su destino a una capital cuyas calles se vacían al caer la tarde. Entonces llega el momento de las explosiones, los disparos y la incertidumbre.