LA VUELTA A ESPAÑA EN UN HULE
Actualizado:Cincuenta y siete millones de turistas no pueden estar equivocados, ha dicho el ministro de Industria José Manuel Soria, utilizando un recurso publicitario que parece sacado de algún anuncio de detergentes más que de un gabinete ministerial. Qué le vamos a hacer. El asunto de los viajes en el tiempo –regresiones para todos– que veníamos anunciando parece que se precipita, pero no se alarmen, todavía tenemos memoria suficiente como para recordar cómo era este país en los años sesenta y hasta bien entrado los setenta, ¿no? Seguro que todavía es capaz de cerrar los ojos y recorrer sentimentalmente aquel hule que había en su casa con un mapa de España verdoso en el que sobresalían un Quijote y un Cid Campeador con la Tizona en mano junto a una Dama de Elche y a un Don Pelayo desvaídos. Sí, ya lo tiene en pantalla. Es el mapa de aquel país «diferente» en el que crecimos memorizando dónde se bailaba la muñeira o la sardana, de dónde era la isa y qué se hacía en los altos hornos de Vizcaya. Un país de fauna ibérica en el que las ardillas iban y venían sin tocar el suelo desde el cabo de Gata hasta el de Finisterre. Luego, ya lo sabe, nos creímos que el carné de europeos venía con una pulserita del «todoincluido» y empezamos a salir fuera de aquellas fronteras de la infancia «España limita al norte por el mar Cantábrico, y los montes Pirineos que la separan de Francia…». repetidas hasta la saciedad en monótonas y machadianas tardes de colegio. Dejamos atrás la boina y el pollo de Paco Martínez Soria mientras cincuenta y siete millones de turistas –lo dice el ministro- vuelven cada año a este paraíso del que fuimos desterrados por nuestro propio pecado original.
Pero como también aprendimos por aquellos años que la vida te da sorpresas –siempre–, no nos coge de nuevas las declaraciones de Soria y su agencia de viajes en el tiempo. «Muchas veces nos fijamos solo en el turismo de sol y playa, pero las comunidades autónomas que no tienen mar disponen de una oferta turística maravillosa, con unos precios y una gastronomía extraordinaria» encabeza el folleto publicitario de la escasez y los recortes. Ideas se me ocurren muchas, y a usted también ahora que tiene en la retina el hule de su abuela, un magnífico hule sin autonomías, con sus dos Castillas, el acueducto de Segovia, el monasterio de Piedra, las cuevas de Nerja, la gruta de las Maravillas, las murallas de Ávila, Mérida, Sagunto, el balneario de La Toja –también habló Soria de los ‘spas’ como destino recomendado- el Pilar de Zaragoza, la Torre del Oro de Sevilla, la Granja, las cuevas del Drach, Altamira, Montserrat, Itálica –¿cuántas veces nos habrán llevado en los colegios a Itálica?– el Alcázar de Toledo… Ya lo ha dicho el ministro, hay pocos lugares en el mundo «que cuenten con la heterogeneidad de lugares y paisajes del territorio español», aunque suene a Fraga y Palomares juntos.
No tenga complejo. Para apuntarse a lo de los viajes temporales le vendría bien un repasito. No hace falta que se vaya al Mercado Andalusí. Recuerde «al este con el mar Mediterráneo, al sur con el mismo mar y el estrecho de Gibraltar…», la tartera con la tortilla de patatas –muy hispánica también– y el tinto con casera, las Canteras, el «tiropichón», volverán como las eternas golondrinas para el largo otoño que nos espera. Al fin y al cabo, tiene razón Soria ¿qué nos habíamos creído? ¿para qué vamos a salir de este magnífico redil si ahí fuera sólo hay mosquitos? Quédese, hombre, verá lo pronto que se acostumbra a las sanguijuelas.