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La escuela bauhaus

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Creada en 1919 por Walter Gropius, la Bauhaus ha prestado impagables servicios a la racionalización de la creación artística. Utilizando como lema el concepto de que «la forma sigue a la función», fusiona a las clases creativas de los artesanos y los artistas, imbricando sus convecinas habilidades talentosas. Desde su génesis, ambos gremios sintonizados se incorporan a la búsqueda de la belleza, de la armonía, en los objetos de uso cotidiano, eludiendo todo elitismo. Sin embargo, esa búsqueda de la belleza formal nunca se antepuso a la función atribuida al objeto a crear. Así, desde un utensilio doméstico hasta el edificio de la Embajada USA en Atenas, obra de Gropius, como el sillón «Barcelona» de Mies Van der Rohes, están impregnados de la excelencia del rigor creativo pensando primero en el uso ideado para el objeto emergente y después en su compromiso ineludible con la belleza. Entendida la belleza, el equilibrio armónico, como necesidad, la Bauhaus asiste como partera al nacimiento del diseño industrial europeo el que se empeña genéticamente en convertir en hermosas todas las herramientas, tras prescribirles su utilización.

Sirve de ejemplo la cuchillería diseñada por Tapio Wirkkala, el que como el arquitecto, también finés, Alvar Aalto, heredan el compromiso de la Bauhaus con el peso específico, las texturas, los cromatismos, los acabados, los comportamientos, los servicios que deben serle exigidos a toda herramienta útil y hermosa. Este compromiso para con los detalles legislativos, para con las pautas de la belleza útil, han ido entrando en desuso por la invasión del diseño italiano que busca el efectismo antepuesto a la calidad suprema. Este ejercicio de liviandad está condicionado por las leyes económicas de la obsolescencia, de los modismos y tendencias, más preocupadas por la producción de enseres que por su duración; que por su clasicismo. El citado ejercicio arquitectónico de Gropius en Atenas, asume la dificultad que supone diseñar un edificio «moderno» para usos diplomáticos a la vista del Partenón, canon de cánones. La belleza es la eternidad.

Entendida Cádiz como objeto artístico, como modelo de uso, se enfrenta al desafío de rediseñar su función social, económica y cultural, una vez más, conculcando el precepto bauhausiano, ya que su forma de galeón varado no nace de una función determinada sino de una disfunción actual determinante. En su caso, su forma y su función nacieron de un mismo parto, en el Siglo XVIII, para domesticar vientos y atenuar luces, a la vez que para erigirse en sede de un gran emporio comercial, ideológico y cultural. Raro objeto, más aún cuando ha de preservar y valorizar milenios de cultura y sus atmósferas rituales. Cádiz se diseñó, como portento de la racionalidad equilibrada, para encarar aventuras y no desventuras. Como prodigio imprescindible para crear en ella herramientas metafísicas rentables. Una industria onírica.