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Siria atiza la tensión religiosa en Líbano
Alauíes, cristianos y suníes viven de forma desigual la guerra que azota al país vecino
AKKAR (LÍBANO). Actualizado: Guardar«Si Bashar (el-Asad) nos pide ayuda, lucharemos hasta la muerte», dice con seguridad uno de los hombres de confianza de Mustafa Husein, exdiputado y líder del Partido Popular Libanés y de su correspondiente milicia. Los alauíes -secta derivada del chiísmo a la que pertenecen el presidente sirio y el 1% de los libaneses- mandan en la parte oeste del distrito de Akkar, que marca la frontera con Siria. Desde el puesto de control de Arida hasta Tal Abbas, los retratos de Hafez y Bashar el-Asad son omnipresentes. Siria está al otro lado del río Arid y muchos de los agricultores de esta franja alauí tienen sus tierras allí. Cruzan cada día para trabajar, para hacer las compras o ir al médico. Junto a ellos, cristianos -que estos días reciben la visita del patriarca Beshara Rai para tratar de impulsar «la unidad entre libaneses»- y suníes conviven, sin apenas mezclarse, en las aldeas que salpican este distrito donde más de cerca se perciben los efectos de la guerra y donde cada grupo la vive de una forma distintas. A diferencia de lo ocurrido en los últimos años, el sur del país, chií y en manos de Hezbolá, permanece en calma mientras el norte está en llamas.
La revuelta en Siria ha aumentado la habitual tensión en la que conviven las distintas religiones a este lado de la frontera. Las minorías son las mismas en las dos orillas del río Arid. Los cristianos intentan permanecer neutrales, un 40% de la población en Líbano y un 10% en Siria, pero entre los musulmanes la guerra es abierta y la división se acentúa entre suníes antirrégimen, y chiíes y alauíes que defienden a El-Asad.
«La obligación de cualquier ser humano es estar con la víctima, en esto caso los suníes que se han alzado contra el tirano alauí», piensan los seguidores del jeque Ahmad el-Assir, que han decorado un garaje de reparación de vehículos en la carretera de la frontera con los colores rebeldes y han colgado pancartas que rezan: «¡Todo nuestro apoyo al Ejército Libre Sirio (ELS)!»
«Para nosotros no hay frontera. Somos un mismo pueblo, estamos unidos por religión, por matrimonios, por cultura.», señala Abu Yasem mientras enseña el pasaporte sirio de su esposa. Para este terrateniente alauí de Arida la culpa del aumento de tensión en el distrito «es de los milicianos ELS que con ayuda de algunos libaneses se acercan a la frontera para disparar a los sirios y lógicamente estos responden».
Muy cerca de su mansión vive Abu Alí, agricultor suní de 54 años que perdió el brazo hace dos décadas y para el que los tiros suenan en dirección contraria. «Nos disparan cada noche y nuestros soldados echan a correr. Ya no me atrevo ni a pisar mi parcela durante el día y tampoco me beneficio del contrabando porque solo dejan pasar a los alauitas», lamenta este padre de doce hijos.
Debido a los enfrentamientos de los últimos meses en la frontera, el Ejército libanés ha reforzado su presencia y ahora tiene la orden de «responder a la fuente de fuego» en caso de ser necesario.
En apenas unos minutos conduciendo desde la costa se llega a Tal Abbas, donde una enorme foto de Hasán Nasralá, líder de Hezbolá, y otra de Bashar el-Asad presiden la fachada del centro de salud del pueblo que marca el final del territorio alauí. El exdiputado por Akkar Mustafa Husein vive en una lujosa casa de campo con vistas a Siria. Husein alerta de la llegada de predicadores salafistas a las aldeas suníes «financiados por unos países del Golfo que en vez de centrarse en luchar contra Israel, ahora solo les interesa destrozar Siria. Líbano es la puerta de entrada para todo el radicalismo y se benefician de nuestra fragilidad institucional. Aquí nos conocemos todos, cada confesión luce las fotos de sus líderes y hay respeto, pero estos recién llegados no entienden este equilibrio y se puede romper».
Convivencia
Tras la franja alauí la carretera empieza a ascender, se dejan atrás los campos más fértiles y comienza una zona montañosa donde conviven suníes y cristianos en el valle de Jaled. No hay confusión posible. Las aldeas suníes están decoradas con los colores de la bandera de Turquía, con la enseña verde de los Hermanos Musulmanes y la negra de la 'yihad' (guerra santa). En los cristianos no hay banderas, solo cruces.
Debbabie se ha convertido en una especie de línea del frente donde «desconocidos cada noche se acercan para disparar sobre posiciones del Ejército sirio y este responde con artillería, es cada vez más peligroso», denuncia Abu David, que durante varias semanas ha estado junto a su mujer y tres hijos desplazado en otra aldea cristiana debido a unos combates nocturnos que se han convertido en habituales desde el estallido de la revuelta contra El-Asad.