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Sede de Lehman Brothers. / Archivo
crisis financiera

Cinco años desde que empezó todo y nadie ve el final

EE UU, origen en 2007 de la depresión universal, levanta cabeza pero no afianza la recuperación

JUÁN PABLO NOBREGA
WASHINGTONActualizado:

La deuda pública es una losa incontenible y el desempleo (8,2%) se mantiene en niveles intolerables para los estándares estadounidenses mientras los dos grandes partidos nunca han estado tan alejados en las recetas para devolver el brillo a la alicaída economía de la gran potencia. Cinco años después del estallido de la crisis de las hipotecas basura, Estados Unidos sigue pagando un precio muy alto por los excesos de su capitalismo especulativo. Como responsable de aquella debacle que tomó cuerpo en agosto de 2007, su desempeño para poner los cimientos de un marco regulatorio más saludable al sistema financiero deja mucho que desear. Tampoco se ha erigido en un valioso faro que sirva de guía para la recuperación en otras zonas del mundo. En lugar de eso, su clase política ha adquirido la costumbre de culpar a Europa del agravamiento de la situación global.

Si en Bruselas se echa de menos una unión política eficaz para salvar la moneda única, el principal lastre en Washington lo representa la visión irreconciliable de demócratas y republicanos sobre el rol del gasto público y los impuestos. Los conservadores, obsesionados con el control del déficit, han privado a Obama durante cuatro años del apoyo necesario en el Congreso para sacar adelante importantes paquetes de estímulo que habrían mejorado la actividad económica y el paro. Muchos economistas defienden una combinación de mayor gasto federal y una subida de impuestos a los ricos como mejor medicina para curar las heridas de esta Gran Recesión. Con sus propios medios, EE UU tendría a su alcance -argumenta el Nóbel Paul Krugman- las herramientas para una mayor prosperidad interna y, de paso, para dejar claro a los mercados que pueden volver a confiar en el 'amigo americano'.

Solo hay que escuchar al aspirante republicano a la Casa Blanca, Mitt Romney, para percatarse de que los planes de futuro de la derecha van por los mismos derroteros que cuando mandaba Bush. Peor aún: con el anterior presidente el gasto público no era un tabú mientras que ahora la idea de reducirlo a la mínima expresión es religión. Si a eso se le añade una fe ciega en los bajos impuestos y el rechazo enfermizo a limitar el juego de los poderes financieros, el escenario que se presenta es como para preocuparse.

Vistas con perspectiva, las medidas de EE UU para aplacar las consecuencia de la crisis han sido más eficaces que en Europa. Claro que la naturaleza del gobierno federal ha posibilitado el saneamiento del sistema financiero o el auxilio a estados al borde de la asfixia -Florida, con una burbuja inmobiliaria similar a la de España, ha salido del pozo-, con unos automatismos que para sí quisiera la Comisión Europea. La Reserva Federal también ha sido más eficaz en su papel de apagafuegos y estabilizador del sistema que el BCE. Con poderes muy similares a la Fed, el BCE podría haber dictado una política monetaria más expansiva.

Engranaje institucional

Este engranaje institucional mejor engrasado ha permitido que sectores enteros de la economía pasaran de la quiebra a los beneficios con relativa rapidez. Tómese la industria del automóvil, al borde del desguace tras en 2008 y hoy uno de los pilares de la creación de empleo. De los problemas de capitalización de la banca nunca más se habló, mientras sucesivas medidas tomadas por la Fed han mantenido bajo el valor del dólar, con beneficios inmediatos para las exportaciones. El sector hipotecario, epicentro de la crisis, está lejos de sus mejores tiempos, pero atrás quedaron los desahucios masivos y un mercado hundido. Por su parte, Fannie Mae y Freddie Mac, las dos hipotecarias públicas intervenidas para atajar el derrumbe, empiezan a dar beneficios.

La sensación general es que Estados Unidos ha hecho los deberes para mantener su barco a flote, pero los débiles aparejos colocados serían incapaces de aguantar un nuevo temporal. Nouriel Roubini, el profesor de la Universidad de Nueva York llamado por algunos 'Dr. Doom' (el Doctor Pesimismo) por anticipar la crisis financiera del 2008, cree que el empeoramiento de la crisis de la deuda en Europa volvería a poner de rodillas a EE UU, pero también avisa de que la prolongación de una errónea política de aumentos impositivos y recortes de gastos en casa podría ser igualmente letal.

Hace un año, con motivo del cuarto aniversario del estallido de la crisis, un escéptico Roubini advertía de que las raíces de la crisis eran complejas y profundas y que la situación estaba lejos de estabilizarse. Si en 2012 la casa sigue patas arriba, para 2013 el economista mantiene su predicción de una «tormenta perfecta» global.