Dos figuras ejemplares: Aranguren y Linz
CATEDRÁTICO DE DERECHO POLÍTICOActualizado:Uno de los muchos temas que aún permanecen en el anonimato, a pesar de la hemorragia descontrolada sobre nuestra transición a la democracia, es el análisis objetivo y nada presto a las alabanzas de las posturas concretas de quienes, por su cuenta y poco riesgo, se autoconvirtieron en afamados artífices de la oposición al franquismo y luego, claro está, bien han pasado la factura. Hasta el punto de que hoy pueda haber escuelas o calles que lleven sus nombres, tras sustituir a los de 'los fascistas' de entonces. Sin entrar a fondo en el tema (hoy justamente nos interesa lo contrario), no podemos borrar las imágenes de las tertulias en el salón de entrada del Hotel Suecia, el bien vestir, el rosario de comidas 'conspiratorias', las conferencias en las que había que adivinar casi todo, etc. En suma, el cúmulo de gestos. Ninguno de esta especie arriesgó seriamente lo que más le podía doler. ¿Qué ocurrió luego, instalada la democracia? Pues que unos pasaron el debe por el haber escrito algo en 'Cuadernos para el Diálogo' (por cierto, Franco había tolerado su publicación, obra de un exministro suyo). Otros fueron 'ascendidos' a altos puestos en la Administración. Otros ocuparon casi vitaliciamente rectorados y embajadas. Y otros, a la variedad de Consejos. ¡Todos contentos! La tarta quedó bien repartida.
Pero va siendo hora de citar, como recordatorio, dos ejemplos ajenos a lo descrito. Y bien ajenos.
En primer lugar, la figura de José Luis L. Aranguren. Nunca empleó su indudable autoridad para 'conspirar' en el seno de lo que Juan Linz llamó «semioposición», algo que escandalizó a los 'liberales' del antifranquismo. Catedrático de Ética y Sociología desde 1965, tuvo siempre como tema central de ocupación y preocupación lo que podríamos llamar la dimisión social de la religión. Confirió una dimensión social a la ética, ligándola a las cuestiones fundamentales de la sociedad y de la política. De aquí su extenso catálogo sobre estos temas: 'Catolicismo y protestantismo como formas de existencia' (1952), 'Ética' (1958), 'Ética y política' (1963), 'Moral y sociedad' (1965), 'La comunicación humana' (1967), 'Talante, juventud y moral' (1975). Como puede comprobarse en este catálogo, escrito en épocas gratas y en otras menos gratas, lo que se pone de manifiesto es que Aranguren fue un gran profesor, además de un gran moralista. No tenía que hacer nada para recibir la gratitud de sus miles de alumnos. Porque eso, despertar conciencias de esos miles de oyentes, es lo que constituyó su menester en casi todas las Universidades españolas. Esta labor sufrió un absurdo tajo en 1965 cuando, por 'unirse' a una manifestación de sus alumnos, se le separó de la Cátedra, a la que vuelve en 1976. En el intermedio, desde 1965, enseñó en la Universidad de California (Santa Bárbara), con alguna estancia en Nueva York, donde tuve ocasión de conocerle y acompañarle a no pocas librerías. Mi admiración por este maestro es tan patente como el silencio (?) que le brindaron los del Suecia cuando fallece en 1996.
Y Juan J. Linz. Con una modesta beca del Instituto de Estudios Políticos, a la sazón dirigido por el profesor Javier Conde, realiza su tesis doctoral en Estados Unidos, donde pronto obtiene el apoyo de las grandes figuras de la Ciencia Política del momento, sobre todo la del maestro Lipset. Intenta, a su regreso, alguna compensación académica, pero «me pusieron a repartir papeles para los exámenes». Quizá en Estados Unidos iban a ser mejor las cosas. Se incorpora a Columbia University (Nueva York), donde realiza su larga y fructífera carrera: Ayudante, profesor adjunto, obtención del 'Tenure' y, finalmente, 'full professor' o catedrático. Allí, desde un apartamento cerca de la Universidad, era posible ver cada día al profesor Linz siempre con una abultada cartera de libros y corriendo para dar su clase. Aunque, en realidad, su clase era él mismo. Nada más beneficioso que una larga conversación con Juan Linz. De igual forma, la mejor biblioteca de la España contemporánea eran los cientos y cientos de libros que llenaban su apartamento, con la única ordenación en su cabeza. Al amparo de Linz, no fuimos pocos los jóvenes graduados que, por demás, tuvimos la suerte de recibir lección en los buenos cursos de Doctorado de la Universidad. Juan Linz era y es ejemplo de generosidad: daba y prestaba cuanto a su alcance estaba.
Allá por los sesenta publicó su famoso libro: 'España, un régimen autoritario'. ¡La que se le vino encima por parte de quienes se empeñaban en seguir hablando de 'fascismo'! Para colmo, se atrevió a calificar a los del salón del Suecia de «semioposición». Pero su ánimo no decaía. De Columbia pasó a Yale y de aquí a Harvard University. Su tema fundamental siempre fue España, pero se extendía, en casi todo, al mundo latinoamericano. El prestigio entre sus colegas aumentó notablemente hasta llegar a un importante puesto en la IPSA (Asociación Internacional de Ciencia Política). No faltó a ninguno de sus congresos. Y, una vez en ellos, no había tiempo para nada más que colegas y alumnos. En Harvard llegó su jubilación, pero no acabó su dedicación. Jamás nadie, ningún gobierno, ni durante la 'oprobiosa', ni durante la 'gloriosa', nadie se acuerda de esta prestigiosa figura. Únicamente, y con esfuerzo, obtuvo uno de los Premios de la Fundación Príncipe de Asturias. Somos pocos los agradecidos a este hombre, en cuyas fuentes escritas y orales tantos hemos bebido, y pocos somos los que nos consideramos 'discípulos de Juan Linz'. Merece mucho más que estos párrafos de cariñoso recuerdo.