ALIVIO

Somos muchos los que pensamos que el mercado es el sistema más perfecto para asignar recursos y fijar precios entre todos los inventados hasta la fecha. Pero hemos de reconocer que hay días en que resulta muy difícil mantener la tesis sin ponerse rojo de vergüenza. Ayer fue uno de ellos. Después de años de crisis económica, de meses de angustias sociales y de semanas de caos financiero, bastó una simple declaración para traer la calma a los mercados, conseguir que la prima de riesgo bajase cincuenta puntos y que la Bolsa subiese más de un 6%. Y no se piensen que la declaración que provocó tales efectos taumatúrgicos fue algo excepcional, un efluvio propio de una inteligencia superior o un hallazgo maravilloso. No, ¡qué va! Fue una simple obviedad.

Pásmense. El gobernador del Banco Central Europeo aseguró que iba a apoyar al euro. Eso fue todo. Increíble. ¿Alguien esperaba o se temía que el jefe del euro iba a destinar sus esfuerzos a dinamitarlo? ¿Dónde está la novedad? Bien es cierto que hizo la afirmación rodeada de cierta solemnidad y con un agradable e inesperado -eso sí que es nuevo- sentido de la firmeza. Pero ¿cómo explicar la reacción de los mercados, que, además, se enfrentaban en España a un día lleno de malas noticias, como son la anulación del dividendo de Telefónica o la reducción a la mitad del beneficio del Santander? Pues solo se me ocurre decir que están atacados por una epidemia de histeria colectiva, que han abandonado la reflexión serena y la han sustituido por el espasmo irracional. Eso se arregla con tratamiento, pero no conozco al psiquiatra capaz de devolverle la razón a estos enloquecidos mercados. En serio, veremos cuántos días dura la calma, antes de que se desate la próxima tempestad. Me temo que seguiremos hablando de ello durante el verano. Ya saben el plan, un poco de páginas blancas de las Olimpiadas y otro poco de páginas salmón de la economía. Para que no se relajen demasiado...