Tribuna

El pasillo de los cates

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Cuando yo era pequeña, los niños de mi instituto se lo pasaban en grande con una práctica que yo consideraba abusiva, pero que para ellos era lo más del día. El juego en cuestión consistía en hacer un estrecho pasillo, en el que los propios amigos hacían las veces de paredes. Cuando un despistado pasaba por la zona, ya había caído en su trampa. Era entonces cuando lo hacían entrar y recibir una somanta de cates, que más que doler dejaban a la víctima bastante aturdida, era imposible saber de dónde venían y de quién eran las manos.

Este recuerdo de mi adolescencia me viene a la mente de forma recurrente desde hace un par de años. A medida que la situación en la que nos hemos visto inmersos se agrava, me he sentido como esos pobres incautos, aturdida y desorientada. Ya no sé de quién son las manos que golpean mi vida, solo sé que no me gusta. Y no me refiero únicamente a los recortes en Educación, Sanidad, ayudas sociales, subida del IVA, aumento del paro, falta de liquidez...

No solo padecemos las decisiones de nuestros gobiernos, ahora también pasamos a formar parte del pasillo de cates -menos dolorosos- de aquéllos a los que no se les ha dado lo acordado, o ven comprometidos sus puestos de trabajo por malos gestores.

Estos días somos testigos de uno de estos casos. Los basureros han decidido parar su actividad como reivindicación para conseguir una subida de sueldo prometida hace cuatro años. La empresa ha comunicado a sus trabajadores que si se produce el aumento se verá obligada a despedir a varios compañeros, pero en caso contrario, conservarán sus puestos y salarios. Ellos han optado por la huelga -aducen años de incumplimientos de convenio-. Han paralizado su actividad y como consecuencia vuelven a ser los ciudadanos los que padecen sus protestas. Las calles llenas de basura y el hedor aumenta por momentos... Y todo cuando comienza el gran acto del verano. Cientos de negocios esperan la Gran Regata para intentar sobrevivir un poquito más.

Cierto que todo esto es consecuencia de una crisis mayor de la que nadie nos avisó nunca, pero quizá ha llegado el momento de pensar un poco en el que pasa por el pasillo y ayudarle a salir, mientras esperamos a que alguien comprometido de verdad con los ciudadanos lo disuelva para siempre.