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Se sigue quemando

JUAN CARLOS VILORIA
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En lo que va de año cien mil hectáreas han sido pasto de las llamas y han arrasado monte bajo, rastrojeras, zonas protegidas, núcleos semi-urbanos, bosques centenarios, pinos negros, sabinas, pinos piñoneros, eucaliptos; lo que se ponga por delante. El penúltimo avanzaba vorazmente estos días hacia el Parque Nacional del Teide en Tenerife. De norte a sur, España sigue ardiendo en verano y se desvanecen los mitos y las leyendas urbanas que durante años parecían explicar el origen especulativo de la maldad. Ya no existe la burbuja inmobiliaria ni la fiebre de las urbanizaciones de segundas residencias o la locura por construir campos de golf que presuntamente movían la mano de los incendiarios. Tampoco se ha podido demostrar el gran negocio que algunos anónimos estaban haciendo con la madera quemada vendida a precio de ganga para las papeleras.

El hecho es que no ha sido posible acreditar que más allá de casos puntuales alguien se beneficie económicamente de tanta catástrofe ecológica. Y, por el contrario, las cifras señalan que el 95% de los incendios forestales son intencionados. ¿Para qué? ¿Por qué? Lamentablemente solo queda asumir con desolación que detrás de tanto pirómano nacional se esconden dos de las más graves lacras del comportamiento social: el desprecio por lo público y la malquerencia a la propiedad del otro. Y como guinda del pastel delictivo la impunidad del delito. Hace décadas hizo fortuna un eslogan que pretendía llevar a la conciencia de la mayoría el valor del espacio natural de dominio público, el inolvidable: «Cuando un monte se quema, algo suyo se quema». Los niños lo repetían en la calle y se comentaba en las tabernas, pero el monte siguió ardiendo. El humor -creo que de la revista satírica, 'La Codorniz'- desveló lo que en su fuero interno pensaban muchos sobre el espacio público cuando añadió en un chiste inolvidable la coletilla: «algo suyo se quema. señor conde». O sea, de los ricos.

La cerilla ha funcionado como herramienta de venganza contra un vecino o contra toda una comunidad. Muchas veces la barbacoa alegre y negligente de un ardiente domingo agosteño o el pitillo por la ventana del coche en las cunetas resecas de la piel de toro han sido la causa que hace imposible de establecer quienes andan detrás del fuego que no cesa. De los escasísimos casos que se han logrado averiguar surgió también una figura delictiva aterradora: el bombero pirómano; el retén temporero que despedido por problemas presupuestarios dio yesca a los montes en Galicia. Gallardón ya prepara una reforma penal para incrementar las penas de prisión hasta seis años de los incendiarios. Lamentablemente, se quedará en otro brindis al sol porque el monte no cesará de arder mientras no se encienda en el corazón de cada ciudadano la llama del amor por el monte de todos.