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CRISPACIÓN

LA ÚLTIMAJAVIER RODRÍGUEZ
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El histórico socialista gaditano Rafael Román aludía esta semana de tantas protestas en la calle y de rabia contenida a un artículo del historiador Santos Juliá en el que reconocía que «hablar de política es llorar». Román hacía un paralelismo del llanto político con la situación que nos ha tocado vivir. Se puede llorar de emoción, de impotencia, de frustración y también, de risa. Sin embargo, los acontecimientos nos llevan a llorar de pena. Lo ocurrido el pasado miércoles en la Diputación de Cádiz revela el grado de crispación que marca el termómetro social a cuenta de los recortes del Gobierno de la Nación y de la Junta. Una pequeña chispa puede provocar un incendio incontrolable. Los ánimos están muy caldeados y, pese a vivir en una provincia doctorada en sentido del humor, no hay lugar para la broma ni el chiste. Los funcionarios han saltado de sus asientos como si tuvieran un resorte colocado en la rabadilla al comprobar estupefactos que son víctimas otra vez de una nueva vuelta de tuerca. Al 5% de recorte salarial que ya sufren se les viene encima ahora la eliminación de la paga extraordinaria de Navidad. Este país se mueve cuando le tocan el bolsillo. Las últimas medidas han sido la gota que ha colmado el vaso de la paciencia para muchos y ha provocado una reacción de indignación que ha dejado el ambinte densamente crispado. Los funcionarios de la Diputación Provincial no dudaron el miércoles en plantarse ante la sesión plenaria que se celebraba en el Salón Regio para mostrar su rechazo a las medidas de ajuste. Lo hicieron provistos de carteles, pitos y castañuelas. Importó muy poco que en la bancada que ocupa el Gobierno provincial estuvieran sentados sus jefes. El presidente de la Corporación, José Loaiza, hizo gala de una prudente mano izquierda y no echó más leña al fuego. Suspendió el Pleno durante una hora y lo reanudó más tarde sin la presencia de la oposición, que optó por sumarse a las protestas de los empleados públicos. Loaiza dio por concluida la sesión con la votación de las mociones del PP y salió por la puerta del Salón de Plenos, junto a su equipo, en mitad de una sonora pitada. Se dirigió a su despacho sin provocar altercados y sin mediar palabra, aunque algunos hubieran deseado que entrara al trapo para montar el numerito. El espectáculo que se vivió el miércoles en la Diputación, donde también estuvieron presentes los bomberos con su particular protesta contra los despidos en la plantilla, revela un alto grado de confrontación que no se vivía desde hacía años. Hablar de política ahora es hasta un riesgo. La división es tan grande que cualquier insinuación sobre los aciertos o defectos de uno u otro partido en la forma de actuar puede acabar en bronca. «Yo no hablo de política con mis amigos, porque al final vamos a terminar peleados». Esta frase pronunciada en una tertulia nocturna de verano resume con absoluta fidelidad que la economía nos ha llevado a una crispada división. Para llorar, pero de pena.