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El Vapor, un sueño arrumbado

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Hay veces que los recuerdos van unidos a olores, sonidos o, a sabores. Y a veces, es difícil de contarlos y transmitirlos a quien te lee o escucha. Pero precisamente por eso son tan especiales. Tan personales. Recuerdo cuando de la mano de mi padre caminaba solo unos cuantos palmos sobre el albero del Parque Calderón en El Puerto hasta el puesto de Tere y Selu. Me acuerdo hasta del tacto del papel de estraza con el que me envolvían esas papas fritas que tan feliz me hacían aquellos sábados por la mañana. Nunca olvidaré la sonrisa de mi padre cuando compartíamos nuestro manjar de cien pesetas o menos como si fuera un secreto entre nosotros antes de llegar a casa a la hora de comer. Muy cerquita, en el muelle, nos esperaba el Vapor y un maravilloso viaje hasta Cádiz.

Como si fuera hoy, como si el tiempo se hubiera parado entonces, mi memoria retrata a la perfección el rostro de un marinero curtido, de una cara agrietada por la mar y la experiencia. Al timón, Pepe el del Vapor, que preparaba el barco como si se tratara de su casa como para que todos guardáramos en nuestro bolsillo para siempre ese entrañable cuaderno de bitácoras. 'Cuidado con la cabeza', advertía el cartel. Y con las tres bocinas me agarraba fuerte a las barandas de popa deslizando mis manos por la brea envejecida. No tenía ojos para mirar, ni oídos para escucharlo todo. Asomarse a la Bahía y descubrirla por primera vez era todo un espectáculo. Y así de bien acompañada, era un sueño hecho realidad, un trayecto de ida y vuelta cuyo entusiasmo era simplemente haberlo empezado.

Pero esos recuerdos hay que guardarlos bajo llave. Para que nadie se los lleve o les ponga precio. Cuando dentro de poco se cumpla un año del naufragio del Adriano, no hay nada claro. Bueno sí, que casi todos los que en su día gritaron que echarían una mano ya no están y que el único que se hizo cargo ahora quiere hacer negocio. Vender o alquilar la nave. Y aunque pueda ser incluso hasta comprensible, no deja de ser triste para todos los que vemos como pasa el tiempo y nuestros recuerdos siguen arrumbados. Porque a pesar de que las circunstancias no inviten a soñar, si hay sueños que un día se cumplieron y que jamás se olvidarán.