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Aguja de marear

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Admiro, sin ambages, a todos aquellos que se desenvuelven bien en las inmensidades, gracias a su sentido, para mí portentoso, de la orientación. Como el maestro salinero Joaquín Berenguer, que domina el espacio de las salinas de la bahía como si fuera un patinillo de luces. Como el profesor Pérez Hurtado de Mendoza que encuentra a un polluelo de chorlitejo patinegro, un grano de mostaza emplumado, entre una miríada de piedrecitas de su mismo color, siendo el mimetismo su coraza, en mitad del laberinto refulgente de esas mismas salinas, nuestra alma salobre. Dominan las referencias minúsculas, desde la de una matita insignificante de salicornia, o el revoloteo de una madre encelada. Así también admiro, y también sin ambages, a aquellos que saben interpretar una brisa mínima y adivinarle su porvenir de viento definido, como mi adorada hermana María Dolores. Como los que jamás se pierden en México D.F., los que transitan por el Serengueti como si tuviera las proporciones del Parque Genovés, o los meharistas del Sáhara que saben cual será el trazado de esa duna mañana. Es muy de agradecer, y además reconfortante, vivir rodeado de amigos y allegados, dotados de ese don malabarista del saber hacia donde se ha de caminar, sea cual sea el trazado de la vereda; Diego Ruiz Mata, Paco Santamaría, Yessica Rodríguez, David Chinchilla, Ashok Chopra, Isabel Ardanaz, David López, Luis de Pereda, Antonio González, entre otros bien amados, todos capaces de encontrar una sonrisa con sentido trascendente en mitad de un tupido trigal. Vivir, existir con enjundia, depende esencialmente del sentido de la orientación grupal, coral, que lleguemos a dominar unos con otros, sobre todo para los que, como yo, existimos obsesionados con la búsqueda de un horizonte colectivo promisorio, sin utilizar intencionadamente la aguja de marear, porque a los barruntos idílicos no los rigen los polos magnéticos. Sin sentido de tribu orientada, no hay porvenir.

Esta admiración hacia esos dones, me ha convertido, por compensación, en un especialista en el dictamen de las desorientaciones, al haber vivido en muchos Estados inviables. Caso emblemático, próximo a ese drama, el de la sociedad española, perdida en los vericuetos de la molicie amanerada y sin carácter, que aún no ha sido capaz de encontrar la senda adulta para ejercer como Nación soberana, hogar jurídico de los nativos y los naturalizados, y así entender, y asumir con aplomo, que la Nación tiene la obligación insoslayable de financiar al Estado, aunque ello comporte dejar de vivir con el acomodo soleado de la giraldilla en el balcón. Hay que pagar lo que debemos, pese a la vergüenza colectiva de tener que volver a pedir dinero a aquellos que no se fían de nuestra solvencia ética. Solicitemos a los que se orientan mejor de entre nosotros, que nos localicen la perdida senda de la gallarda dignificación.