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La parlamentaria del PP y hermana del edil del PP de Ermua asesinado por ETA, Mari Mar Blanco. :: BLANCA CASTILLO
ESPAÑA

«Deben pedir perdón porque así reconocerán el mal que han hecho»

Quince años después, la hermana de Miguel Angel Blanco, Mari Mar, evoca su secuestro y asesinato

LOURDES PÉREZ
SAN SEBASTIÁN.Actualizado:

Una mañana, en el colegio, una niña se acercó a Andrea y le espetó: «Tu mamá sale en la tele porque a tu tío le mató ETA». Mari Mar Blanco temía ese momento. El momento en que iba a resquebrajarse el manto de protección que había tejido en torno a sus dos hijas para salvaguardar su inocencia de la tristeza que acompañará de por vida a los Blanco Garrido. Andrea tiene nueve años y Leire cumplirá siete el próximo domingo, siempre han sabido quién era su tío. Pero en su hogar no se mencionaba cómo había muerto el tío Míguel. Hasta el día en que Andrea preguntó por lo que le habían dicho en la escuela. «Fue complicado, pero es peor pensar en cómo explicárselo que pasarlo. Me salió del corazón», cuenta hoy su madre, consciente de que las niñas irán conociendo la verdad, su verdad, conforme crezcan y eso «les hará sufrir».

Mari Mar Blanco pasa días difíciles. La parlamentaria del PP vasco cada mes de julio se adentra en «un túnel» de «angustia y nervios» en el que se proyectan con toda intensidad aquellas febriles 48 horas en las que el 'comando Donosti' secuestró a un desconocido concejal de Ermua. Aquellos dos días en que ETA ejecutó su inhumana amenaza de que le mataría si el Gobierno no acercaba a los presos y España se estremeció con un inédito estallido de furia, hartazgo y dolor. Este martes se cumplen 15 años del cautiverio de Blanco; el jueves, de su asesinato en una vaguada de Lasarte-Oria. Eran las cuatro de la tarde del 12 de julio de 1997. ETA nunca había escenificado su amenaza con semejante crueldad.

Quince años después, Mari Mar Blanco ha recogido el testigo político de una víctima convertida en emblema democrático; ETA es una organización en trance de diluirse y la izquierda abertzale busca el desenganche del pasado de violencia. El reloj de la parlamentaria del PP baila entre el presente y la espesa negrura de 1997. A su madre le han atormentado durante años esos últimos instantes en la vida de su hijo, en qué pudo pensar mientras sus captores le conducían a una muerte segura. Solo ella, con agudo instinto materno, había advertido a su hijo de que tuviera cuidado, que se protegiera, que procurara no repetir las rutinas. Pero Miguel Ángel, el concejal casi imberbe que sorprendía a sus compañeros de ayuntamiento clamando «ETA, asesinos» cuando no se estilaba y que dijo que él no soportaría un secuestro al ver el rostro consumido de Ortega Lara, jamás tuvo miedo. Se trataba, más bien, de la confiada ingenuidad de quien no ve motivos para ello. Pese a los insultos, pese a asesinatos como el de Gregorio Ordóñez.

-A mí, ¿qué me van a hacer? Si soy un pobre concejal y Ermua no lo conoce nadie.

Presa fácil

Lo cuenta su hermana sin que le tiemble la voz, segura de que fue ese anonimato sin temor ni guardaespaldas lo que convirtió a Miguel Angel en la «presa fácil». La sentencia que condenó a sus asesinos y que permitió a los Blanco Garrido cerrar «el círculo del duelo» describe cómo 'Txapote', 'Amaia' y 'Oker' disfrutaron de la cobertura del exconcejal de HB de Eibar Ibon Muñoa; cómo esté controlaba los movimientos de la víctima desde el taller de recambios que distaba 200 metros de la consultoría en la que trabajaba el edil popular; cómo los etarras pudieron guarecerse en su escondrijo del gigantesco dispositivo policial; cómo dejaron abandonado a Miguel Angel, descalzo y agonizante, tras dispararle con una 'Baretta' dos veces en la cabeza. El concejal, que no llegó a estrenar el coche que acababa de comprarse, había sido hasta entonces, y sobre todo, un «hombre feliz».

-¿Que ha sido lo más duro de este tiempo?

-Aprender a vivir sin él. No te acostumbras a que nunca vas a verle entrar por la puerta.

-¿Y qué es lo que más teme ahora, una paz con desmemoria?

-La memoria es, junto con la verdad y la justicia, el pilar de las reclamaciones de las víctimas del terrorismo. Le prometí a mi hermano, estando de cuerpo presente, que nunca permitiría que se olvidara su memoria y se manchara su dignidad.

-¿Necesita que se disculpen con usted?

-A mí su perdón me da igual: yo lo que quiero, y así se lo dije el día del juicio, es que se pudran en la cárcel. Pero su obligación es pedir perdón a todos los ciudadanos, porque entonces reconoces el daño causado, que has hecho algún mal.

Ermua, ciudadanía de aluvión con una importante colonia gallega como los Blanco Garrido, estuvo horas de vigilia a la luz de las velas, con carteles en las ventanas y los portales que rezaban «Te esperamos, Miguel». El 'espíritu de Ermua', la epidérmica y visceral ola de ira y desolación contra ETA y quienes la apoyaban, no soportó las divisiones entre las fuerzas democráticas. Pero aquellas 48 horas trazaron una nítida frontera entre la humanidad y la inhumanidad, entre la víctima y sus asesinos. Aunque el clamor no sirvió para que se cumpliera el presagio de Mari Mar Blanco al regresar de la manifestación: «Mamá, tranquila, lo van a soltar. No pueden dar la espalda a toda esta gente en la calle».

-Recuerdo que mi madre me dedicó una sonrisa. Cuando llegaron las cuatro de la tarde, una prima le dijo que no podía seguir sin comer. «Cómo voy a comer ahora si están matando a mi hijo», le contestó.