Guerra relámpago. Los tropas de Guderian arrasaron Kiev.
MÁS FÚTBOL

El once que desafió a la muerte

Un combinado de jugadores del Dínamo y el Lokomotiv pisoteó hace 70 años el orgullo nazi en la ciudad que servirá de escenario a la final de la Eurocopa

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Los más viejos del lugar todavía recuerdan con veneración las hazañas del FC Start, aquel equipo reclutado en el fragor de una guerra entre los soldados que regresaban derrotados del frente y que devolvieron sobre el terreno de juego el orgullo a un país que lo había perdido todo en el campo de batalla. Un combinado de jugadores del Dínamo de Kiev y el Lokomotiv que, sin apenas equipación ni nada caliente que llevarse a la boca, pisotearon en el verano del 42 y a lo largo de diez partidos a todos sus rivales, ahogando con sus éxitos el estruendo de los cañones nazis en su loca carrera hacia Moscú y el petróleo del Cáucaso.

La historia comenzó un año antes, cuando Hitler invadió Rusia sin previo aviso llevando la 'Blitzkrieg' (guerra relámpago) hasta sus últimas consecuencias. El general Guderian -Heinz 'el Rápido', le llamaban- fue obligado a desviar sus 'panzers' hacia Kiev para asegurarse el control de Ucrania y la salida al Mar Negro. La estrategia -que le costó la guerra a Alemania, porque retrasó cuatro semanas el avance del ejército sobre Moscú y le condenó a un crudo invierno para el que la Wermacht no estaba preparada- fue especialmente efectiva con Kiev, donde los nazis capturaron una bolsa de medio millón de prisioneros. Las calles de la capital se llenaron de derrotados, de refugiados, pobres diablos que no tardaron en descubrir que todo lo que puede causar dolor en la vida, acaba doliendo.

Claro que la situación no pintaba igual para todos. Entre los afortunados había un hombre, Iosif Kordik, propietario de una panadería, a quien su origen alemán le permitió salir a flote en una ciudad en ruinas que había empezado la guerra con 400.000 habitantes y la acabaría con 80.000. Kordik, amistades aparte, era hincha del Dínamo de Kiev. Y no uno cualquiera. Cuando un día, desayunando en uno de los pocos cafés que quedaban en pie, vio a un hombre encogido de frío y con pinta de no haber comido en días, no lo dudó. Tenía ante sí a Nikolai Trusevich, el portero de su equipo del alma. Cruzó la calle y abordó a un hombre que no era ni sombra de lo que había sido. Kordik le contrató de inmediato en su fábrica como barrendero y trató a base de raciones de que recuperase su espíritu. Los refugiados seguían llegando a Kiev en oleadas y a Trusevich no tardó en sumársele Makar Goncharenko, otro superviviente del equipo que cuatro años antes había acabado la Liga rusa en cuarto puesto. El resto es historia.

El panadero echó cuentas y decidió armar un once con las figuras que quedaban. Georgy Timofeyev, Nikolai Trusevich, Ivan Kuzmnko, Pavel Komarov, Alexei Klimenko... Entrenaban en el patio de la fábrica, con las botas de trabajo y overols de color rojo que, recortados, lucían con orgullo -el Dínamo era el equipo de la Policía y el Ejército-.

Dicen que la escuadra la formaban ocho exjugadores del Dínamo y tres del Lokomotiv, y los partidillos que organizaban en el barrio no tardaron en extenderse como un reguero de pólvora. Los alemanes respaldaban la celebración de campeonatos en los países ocupados y Ucrania no fue una excepción. Los chicos de Kordik no tuvieron opción y sus rivales, tampoco.

La revancha

Se enfrentaron primero al Rukh, el equipo de un colaboracionista llamado Shvetsov, al que despacharon con un flamante 7-2. Le siguieron las guarniciones húngara (6-2), rumana (11-0), el equipo del ferrocarril militar (11-0)... Stalin había lanzado ese mismo julio la Orden 227 que se resumía en la frase «Ni un paso atrás», y los chicos del Start se la tomaron al pie de la letra. El Reich no tardó en comprobar que el entusiasmo que el Start levantaba entre el público se estaba convirtiendo en un problema, más aún cuando derrotaron al PGS alemán. El dominio incontestable de los ucranianos alcanzó niveles de afrenta cuando se deshicieron sin miramientos del Flakelf (5-1), un equipo sacado de las filas de la Luftwaffe, aviadores bien alimentados y atendidos con arrobo. Goebbels había dejado claro en las Olimpiadas de Berlín que «hay derrotas que no se limpian ni conquistando una ciudad». Aquello exigía una reparación y la respuesta no se hizo esperar.

Al día siguiente del partido, las calles de Kiev aparecieron empapeladas de pasquines donde se llamaba a la revancha. Una revancha, eso sí, con un árbitro sacado de las filas de la Wermacht. El 9 los dos equipos saltaron al campo entre el estruendo del público, el invasor brazo en alto y gritando «Heil Hitler» y los ucranianos, contraviniendo la consigna, con la mano en el pecho y al grito de «Fizculthura», un eslogan soviético que destacaba el valor del deporte. Los alemanes, arropados por el árbitro, dejaron claro desde el principio que no estaban allí para contemporizar. El encuentro fue duro -el portero Trusevich encajó el primer gol después de recibir un golpe en la cabeza que le dejó grogui-, aunque según Georgiy Kuzmin, autor del libro 'La verdad sobre el partido de la muerte' que inspiró hasta una tesis doctoral, primó la deportividad. Los locales, lejos de amilanarse, se lanzaron al ataque con todas sus fuerzas y marcaron tres tantos antes de irse al descanso, dos de ellos de Iván Kuzmenko. En los vestuarios, la oficialidad nazi se apresuró a dejar las cosas claras: o perdían el partido o que se atuvieran a las consecuencias. Mientras la afición coreaba sus nombres fuera, los jugadores hicieron una promesa: no se rendirían.

La segunda parte, con dos goles por equipo, pasará a la historia por una jugada que no acabó en gol. Klimenko, un defensa de pequeña estatura pero rocoso como un tanque, recibió el balón en su campo y cruzó todo el terreno de juego como el mejor Maradona, regateando a todo el que le salía al paso, incluido el portero. Así se plantó en la línea de gol donde, para sorpresa de todo el mundo, se dio media vuelta y envió el balón al centro del campo. Aquello fue el delirio y el árbitro tuvo que pitar el final del partido ante el cariz que tomaban los acontecimientos.

Una semana después del 'Partido de la Muerte', como se le conoció desde entonces, los alemanes detuvieron a la mayoría del equipo -solo se salvaron Goncharenko, Tyutchev y Sviridovsky, que no estaban en la panadería cuando irrumpió la Gestapo- y esa misma noche torturaron a Korotkikh hasta la muerte, bajo la acusación de pertenecer al NKVD, antecesor del KGB. El resto fueron enviados al campo de concentración de Siretz, donde fusilaron a siete, entre ellos Trusevich (guardameta y germen del equipo), Kuzmenko (el goleador) y Klimenko (el que les perdonó la vida). En 2005, un juez de Hamburgo concluyó, sin embargo, que no hubo relación entre las muertes de los jugadores yel partido, que si les fusilaron fue por su condición de militares y prisioneros.

La historia permaneció casi dos décadas en el olvido, hasta que en 1959 un periódico local la rescató y alimentó la leyenda. John Huston se inspiró en ella para rodar 'Evasión o Victoria'. No fue la primera película ni sería la última: acaba de estrenarse en Rusia 'El partido', basada en el mismo episodio. El devenir, sin embargo, no ha estado a la altura del mito. El estadio Zenit, más tarde Start, que sirvió de escenario al choque pero donde nunca jugó el Dínamo de Kiev, fue privatizado en 2010 por 1,2 millones de euros, poniendo de manifiesto que hasta los sueños tienen un precio.