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Sociedad

EL ATUENDO PÚRPURA

DIDYMEJUAN MANUEL BALAGUER
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No precisan los 'sheij' saharianos investirse con atuendos color púrpura para pregonar su magisterio. Mi amigo Moktar Ould Sarfi, descendiente del Sheij Ma el Ainin, 'chorfa', o sumo sacerdote, de la ciudad santa de Smara, me explicaba en Nouadhibou que para que tu gente te considere 'sheij', te exige acreditar que atesoras las dotes del anciano; sus conocimientos, su sabiduría, su espiritualidad y su capacidad de guiar. No todo el mundo, por lógica estadística, atesora esos dones, impropios de la juventud enfática. En todo el Sáhara, desde los tiempos en que los meriníes se instalaron en Algeciras, en sus comarcas de la Saghia el Hamra o el Draa, toda la vida gravita en torno a la soberanía ética ejemplar de los 'sheij', de forma rigurosamente congruente con el derecho consuetudinario, esto es, con la costumbre; con la moral. He tenido la fortuna de conocer a varios de entre ellos. Los de las grandes ramas étnicas, para mayor lujo: Erguibat, Arosien y Ould Tidrarin, que configuran la gran copa de la acacia de las zeneguíes, amalgama de tribus de sabios.

Este suntuario entramado de sentimientos e interpretaciones de la vida profunda, de percepciones sensitivas profusas, propio de la sumatoria de biografías longevas, de conocimiento, sabiduría, condición espiritual y capacidad de liderazgo, que orla a ese portentoso colectivo de los 'sheij', debiera ser reproducido en Europa con las lógicas acomodaciones a nuestra realidad. Sin embargo, tengo claro que ese ejercicio de traslación no puede convertirse en una pirueta huera gerontocrática, ni intentarse siquiera es conveniente, sino que ha de basarse en un transvase generacional ordenado, de forma tal que la pujanza juvenil asuma la responsabilidad de preservar el legado de sus ancestros con el propósito de acrecentarlo y transferirlo, a su vez, a sus herederos. Hay que encarar ese impostergable transvase con respeto, agradecimiento y altura de miras, con rigor en las evaluaciones, pues no todo lo que se hereda es indefectiblemente honorable. También se heredan, por intoxicación atmosférica, los perversiones y los vicios.

Convertidos todos nosotros en canjilones de una fantástica noria, nos toca a unos descender vaciándonos, para que otros asciendan llenándose, generando con ese ceremonial, plagado de ritos y mitos, la imprescindible energía que haga producir a los molinos, a las fábricas, a las escuelas, a todos los sueños de la sociedad. Mas así como el joven debe esforzarse por madurar con cuajo, así el anciano debe esforzarse por existir juvenilmente. Aquellos que han tenido la fortuna de salir con buen pié de los embates de la vida, tienen la obligación de entregarse ejemplarmente para bruñirle el carácter a los jóvenes, en vez de atenderles a sus hijos o sacar al perrillo a la calle, por el mero hecho de cumplir con la obligación que exige el modelo de sociedad hipotecada esclavizante.