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De todas partes y ninguna

La expedición cruza el río Magdalena para terminar de convertir en colombianos a todos sus integrantes a través de la convivencia con los lugareños

JONÁS SAINZ
SAN SEBASTIÁN DE MARIQUITA (COLOMBIA)Actualizado:

"Aprenda a ser colombiano y cabrá en cualquier sitico”. En la distancia, los expedicionarios de la Ruta Quetzal se sintieron ayer más españoles con el triunfo de la Roja, pero ya hace tiempo que la sangre de sus venas ha empezado a ser tricolor como la bandera del país que están recorriendo. “Colombia sois vosotros. ¡Sois colombianos¡”, les había dicho Miguel de la Quadra-Salcedo en Madrid la víspera de partir a América. Entonces solo podían hacerse una imagen ideal de lo que eso significaba. Ahora ya empiezan a intuirlo…

“Aprenda a ser colombiano y cabrá en cualquier sitico”. Tres maestras del departamento de Cundinamarca venidas al pequeño municipio de Beltrán desde distintos pueblos de los alrededores para ver el paso de la Ruta Quetzal BBVA bromean con uno de los visitantes mientras le piden hacerse una foto junto a él con la bandera nacional. Se ríen porque es muy grande y carga una mochila como si siempre tuviese que portar sus posesiones a todas partes. Y también porque se arrima a la pared torpemente para protegerse del sol que a mediodía cae a pico desde su altura ecuatorial. Les parece un tipo bien diferente a sí mismos, aunque en el fondo no lo es tanto. “El colombiano es así –explican como si fuera un refrán difícil de comprender por el extranjero-: el colombiano no tiene demasiado y además lo da todo, así que no necesita mucho espacio para cobijarse”.

Es cierto. Tanto en Beltrán como en Ambalema, el municipio al otro lado del río Magdalena perteneciente al departamento del Tolima por el que llega la Ruta Quetzal desde Mariquita, los vecinos demuestran que no tienen demasiado pero que son capaces de suplirlo con generosidad. Abren las puertas de sus humildes casas para que los visitantes las hagan suyas por unas horas. Sin haber hecho nada para merecerlo, los tratan como a huéspedes célebres, y su presencia se convierte en un acontecimiento histórico en cada pueblo, donde ni los más viejos recuerdan haber visto tantos forasteros de golpe y tan descoloridos. La Ruta, aunque tiene planes de marchar enseguida hacia Falán y las minas de Santa Ana, tras los pasos bicentenarios del investigador José Celestino Mutis, se ve en la obligación de alterar su agenda para corresponder cortésmente a una hospitalidad tan sincera.

Recibimiento

En la colonial Ambalema, a la que llaman la ciudad de las mil y una columnas porque tiene sus fachadas porticadas sujetas por vigas de madera, todo el mundo se echa a la calle para recibir a los viajeros. Salen las autoridades y la banda de música y una comitiva algo surrealista recorre la calle principal hasta la plaza. Salen los niños y los mayores. Las mujeres abren sus ojazos negros y los hombres miran medio pasmados a las chicas rubias. Un chaval quiere escuchar cómo habla un gringo. Una chica pide un autógrafo a un simple periodista… Una abuela piensa que ya volvieron los españoles, pero no a llevarse todo otra vez, sino a traer abundancia en forma de turismo… Se entonan los himnos y se bailan las danzas locales. Exhibe la artesanía típica de la zona. Te obsequian con agua, que es el mejor regalo, con dulce de leche y caramelos. Ingenuamente orgullosos, muestran una iglesia que se quemó y ahora es salón social, un viejo caserón que fue almacén de tabaco antes de que la langosta arruinase su cultivo para siempre o el mismísimo despacho del alcalde, el tipo más popular e importante que conocen. Teresa Darín viajó hace años a Ibagué, en cambio Luiza Fernández no ha salido nunca de allí. Asegura que sencillamente no le ha hecho falta. La chavalería, disfrutando de dos semanas de vacaciones, corretea entre los expedicionarios con sus bicicletas sin frenos…

Hasta llegar al muelle, donde aparece, enorme y poderoso, el río. El Magdalena es la principal arteria fluvial de Colombia. Tiene una longitud de más de 1.500 kilómetros, es navegable desde Honda hasta su desembocadura en el Caribe y su principal afluente es el río Cauca, de cuyo valle proviene la expedición. Su cuenca ocupa el territorio continental del país, en ella están 18 departamentos (de diez de los cuales hace parte de los límites), vive el 80% de la población y se produce el 85% del PIB nacional. Es considerado el río más importante de Colombia, pese a no ser el más largo ni el más caudaloso. Desde luego, sí el más vivo.

Ambalema tiene enfrente a su vecina Beltrán y hay que cruzar en canoa, como hacen frecuentemente los habitantes de ambos pueblos para intercambiar el arroz y el mijo de un lado con las carnes de otro. Pescados como el nicuro, bagre, bocachico, capaz y sardinacas los pescan todos ellos indistintamente con anzuelo o chinchorro. Los vecinos de Ambalema sienten pena por dejar marchar tan rápido a sus ‘ilustres’ huéspedes, pero siguen sonriendo al despedirse desde la orilla. Los miembros de la expedición embarcan en varias piraguas a motor y se aguantan el miedo por la aparente fragilidad de las embarcaciones. En cambio, Peludo, uno de los tripulantes, parece confiado. La razón de lo primero debe de ser que la virgen de la Canoa, cuya imagen sacan en procesión una vez al año, nos acompaña también hoy desde otra barca. Y la razón de lo segundo es que la banda de música continúa tocando, amenizando la travesía desde una barcaza mayor.

Peludo, que debe el mote a su corte de pelo, es un hombre hecho y derecho y, aún así, cree a pies juntillas las historias del Mohán, un personaje de la mitología colombiana, presente en las leyendas folclóricas de las poblaciones ubicadas a la orilla del río Magdalena. Se cree que los mohanes son hombres que viven en las cavernas a orillas de los ríos donde dedicaban a fumar tabaco y se robaban a las mujeres que más les gustaban cuando estas iban a lavar la ropa a la quebrada, por lo era conveniente que las acompañara un hombre. Al decirle a Peludo que esos son cuentos para asustar a las niñas y al pasaje, pone cara seria y afirma que él mismo lo ha visto, con su pelo largo y fumando el puro con el que aturde a sus víctimas.

Contacto con los lugareños

Tres kilómetros aguas abajo, en la orilla opuesta, lo que aguarda a la Ruta Quetzal no es ningún ser mágico, pero resulta casi igual de sorprendente. El pueblo entero de Beltrán ha debido de congregarse en el muelle para recibirla con música y cohetes y acompañarla en desfile hasta la plaza, donde habrá nuevos obsequios, nuevos discursos, la bendición de un cura y más bailes típicos. Uno de ellos representa precisamente la historia de nuestro amigo el Mohán.

Pero lo que más cala en los expedicionarios es el contacto directo y la charla con los lugareños, no solo de este pueblo sino de los alrededores de la zona de Cundinamarca. Y viceversa; también los colombianos tienen los ojos como platos ante ese desfile, que, aun siendo uniformado resulta tan diverso. Algunos chicos, con deseo de viajar y ver que hay más cosas en el mundo que la corriente incesante de su río Magdalena, se acercan a preguntar cómo pueden participar en la Ruta Quetzal…

Es la hora de partir de nuevo y a estas alturas, después de haber recibido el bautismo americano en este Jordán inmenso y de haber convivido con las gentes de sus dos orillas, los chicos ya no tienen otra bandera que la tricolor y otro grito que ¡Colombia! Ahora ya empiezan a entender que eso es lo que significa formar parte de la Ruta Quetzal: caminar para conocer y conocer para caminar. No importa la procedencia ni el destino, lo que importa es el camino. No importa si español o colombiano, si emigrante o visitante, lo que importa es ser amigos. No importan banderas ni colores; lo que importa, sea la patria o un alto en la marcha, se lleva dentro: ser de todas partes y de ninguna… Aunque al día siguiente, viendo el fútbol, seamos de la Roja.