Estrella de agua con corazón de oro
La ruta Quetzal convive con la riqueza natural del valle de Cocora y la amabilidad de sus gentes
QUINDIO Actualizado:El valle de Cocora tiene nombre de princesa quimbaya. Aunque el origen de la leyenda indígena se remonta en el tiempo, la hija del cacique Acaime, ‘Estrella de agua’, sigue derramando hoy sus lágrimas sobre este paraíso que atesora una de las joyas, ya no de Colombia, sino del planeta entero. Y aunque aún la humanidad no la valore como merece, el agua siempre ha sido y será el recurso más necesario. “El agua es vida”, afirma con vehemencia Blaney Aristizábal, guía de montaña del valle que recorrió el sábado la Ruta Quetzal BBVA. Un recurso más importante incluso que el oro, en el que también es rica esta región, de la que procede el Tesoro de los Quimbayas, visitado ayer por los ruteros. “Paradójicamente la mayor parte de este tesoro colombiano está en España”, recuerda justamente reivindicativo el antropólogo Roberto Restrepo, miembro de la Academia de Historia del Quindío. Agua y oro han sido este fin de semana las materias de estudio de este aula itinerante, que hoy abandona, después de tres jornadas, su campamento en Rancho California. Los chicos, por su parte, también van descubriendo la importancia de otro valor, el de la convivencia. “¿Lo mejor de todo? Conocer amigos de verdad es mucho mejor que agregarlos al facebook”, comentaba Darío Paños, rutero de Cuenca, durante el descenso de la marcha. Tras casi una semana juntos, ya han forjado fuertes vínculos de amistad.
“La gente”. Sin necesidad de pensarlo, ni de ponerse de acuerdo, chicos y chicas responden casi de forma idéntica: “Lo mejor es la gente –asegura el conquense Darío Paños-. Tener la oportunidad de conocer gente con culturas y costumbres tan diferentes es una experiencia única en la vida”. El programa de la Ruta es variado e intenso: el domingo, un día ‘relajado’ después de la caminata montañera de la víspera, da tiempo para hacer actividades de multiaventura en la naturaleza por la mañana y visitas culturales por la tarde al jardín botánico y mariposario de Armenia y al mencionado Museo del Oro. Y, además, de asistir a un espectáculo folclórico especialmente dedicado a los viajeros. No obstante, ellos lo tienen claro: “Lo mejor es la gente”. “Te das cuenta de que no necesitas tantas cosas que normalmente consideras imprescindibles –argumenta la belga Clare Grood-. Por ejemplo, yo el móvil no lo estoy echando de menos en absoluto, porque aquí no paro de hablar personalmente con todo el mundo”.
Pero la Ruta Quetzal no es una burbuja o un simple viaje con billete de vuelta en el bolsillo; es también convivencia con las gentes de los lugares por los que discurre. Ocurre en Colombia que para ir a Armenia, capital del departamento del Quindío, hay que pasar por Barcelona. Aquí los pueblos tienen nombres como Cundinamarca o Salento, en homenaje a la ciudad griega de Salento de Creta. En el caso de la Barcelona colombiana, se trata de un pueblecito humilde en el que nadie parece haber oído hablar de la capital catalana. Sus gentes, en su mayoría campesinos curtidos por el sol, respetan con devoción la costumbre dominical de celebrar comidas campestres en familia. Desde las orillas del río ven pasar con asombro divertido el llamativo convoy de ocho autobuses escoltados por motocicletas de la policía y saludan a sus ocupantes. Dentro, los muchachos detienen por unos momentos sus cánticos de excursionista, contemplan cómo viven estos colombianos de apariencia pobre y feliz, y toman nota, quizás para no quejarse demasiado cuando regresen a casa.
El contacto entre viajeros y habitantes es más cercano en Salento, donde la expedición se detiene unos minutos. ‘Somos café y mucho más’, dice Malén en la plaza Simón Bolívar, junto a la iglesia del Carmen. Salento es llamado el padre del Quindío por ser el municipio más antiguo de este departamento. Es conocido por la arquitectura de su plaza y de sus casas antiguas en bahareque y en tapias de barro, por la amabilidad y gentileza de sus habitantes, por sus hermosos paisajes y por su excelente clima. La señora Malén cuenta que el pueblo sufrió un terremoto en 1999 que dañó algunas viviendas emblemáticas. Lo que sucedió después fue que turistas y voluntarios de otras regiones de Colombia y de otros países vinieron al Quindío a brindar ayuda en la recuperación del lugar. Otro ejemplo de convivencia solidaria.
Hoy Salento, puerta del valle de Cocora, es un centro cultural y turístico orgulloso de sus bellos paisajes de donde mana la propia historia de la comarca y de su desarrollo. En la segunda caminata de la presente edición, mucho más suave que la de los Farallones de Cali, los ruteros realizaron una incursión por este territorio perteneciente a la Cordillera Central de los Andes colombianos, que actúa como zona de amortiguación del Parque Nacional Natural los Nevados. Es hogar del árbol nacional de Colombia, la palma de cera del Quindío, una palmera espectacular que puede superar los sesenta metros de altura, así como de una gran variedad de flora y fauna, mucha de ella en peligro de extinción. El valle se localiza entre los cursos altos del río Quindío, el principal curso fluvial, a una altura entre los 1800 y los 2400 metros sobre el nivel del mar.
“Un regalo de los cielos”
Blaney, el guía, describe el microclima del bosque altoandino o bosque de niebla como “un regalo de los cielos” del que depende el aporte acuífero, mucho más abajo, de todo el eje cafetero. “Lo más importantes es que esta área actúa como una esponja de la humedad ambiental que se produce al encontrarse los frentes de aire frío procedentes de los nevados y los páramos y los de aire cálido que ascienden por el valle. Musgos y líquenes capturan las partículas de humedad del aire, y el bosque y la montaña funcionan como una fábrica en la que el producto final es el agua”. Pero este hombre incansable en la montaña y en la defensa de su territorio, teme por él debido a sus otras riquezas. Su fertilidad es su propia amenaza. “Las multinacionales mineras están interesadas en explotar el oro, el coltán y las otras riquezas que hay por acá y eso lo destrozaría y contaminaría nuestros ríos. No podemos permitir que eso ocurra”. Por eso el turismo es para los habitantes de la zona algo más que una nueva fuente de recursos. “Es casi un frente de batalla por nuestra identidad pero también una lucha de todos por el futuro del planeta”, advierte. Por eso es importante para el Quindío y para Colombia entera que expediciones con repercusión mediática como la Quetzal entiendan y divulguen qué es realmente lo importante.
Que el Quindío fue rico en oro y otros minerales preciosos se demuestra luego en el Museo de Armenia, donde se exhibe una pequeña parte del valioso Tesoro Quimbaya. Pero allí también se aprende que lo contrario a la convivencia es la explotación. “La conquista española –explica Restrepo- condujo a la desaparición física y cultural de la mayoría de los grupos que habitaban el Cauca medio en el siglo XVI. Las guerras, enfermedades y maltratos diezmaron rápidamente la población y trasformaron su cultura”. “Y el saqueo arqueológico todavía continúa”, añade. El antropólogo del museo lleva veinte años tratando de que el Gobierno de su país reclame a España el tesoro que regaló a la Corona española en 1892 con motivo del cuarto centenario del descubrimiento de América. También él libra su propia batalla y la del patrimonio de su pueblo.
Con historias así y otras muchas en la mochila la Ruta Quetzal levanta hoy el campamento en Rancho California para viajar a Ibagué en busca de nuevas aventuras y lecciones. Le acompaña la luz de una estrella de agua con corazón de oro.