La crisis enfría los ánimos de la cumbre Río+20
Los países negociarán desde hoy la aprobación de un borrador consensuado que ya ha recibido críticas de los ecologistas
MADRID. Actualizado: GuardarRío+20, la cumbre auspiciada por la ONU sobre desarrollo sostenible, comienza hoy miércoles con malos augurios. El peligro de recesión mundial amenaza con dar al traste las aspiraciones de preservar los recursos naturales y luchar contra la pobreza. Por añadidura, la ausencia del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, y de la canciller alemana, Angela Merkel, rebaja el rango de un encuentro que se enfrenta a desafíos planetarios. La otra cumbre de Río, la histórica de 1992, parece arrumbada por la historia. Si hace 20 años se consiguieron acuerdos como la conocida como Agenda 21, ahora la posibilidad de alcanzar un compromiso de esa naturaleza se desvanece.
No son buenos tiempos para los que abogan por una economía verde. Los 128 países que se congregarán en Río de Janeiro entre hoy y el viernes tendrán que lidiar con un hecho incontestable: los países ricos son cada vez más reacios a tomar decisiones de fuste para atajar la miseria y acometer los retos que plantea el clima y la energía. En este contexto, está menguando la ayuda al desarrollo y los programas para reducir la desigualdad corren el riesgo de desaparecer.
En medio de este panorama desolador, las cifras son elocuentes. Una de cada cinco personas vive con 1,25 dólares al día o menos. A ello se une el drama de que 1.500 millones de seres humanos carecen de acceso a la electricidad, unos mil millones pasan hambre y más de un tercio de las especies conocidas podría extinguirse si continúa sin ponerse freno al cambio climático.
Así las cosas, la cumbre no se presenta como una balsa de aceite y las negociaciones se antojan duras. Río+20 se celebra en uno de los peores momentos posibles. La crisis de la deuda en Europa es vista con preocupación no solo por EE UU y China, sino también por los países emergentes, que ven en el alero su desarrollo económico por unas convulsiones financieras de efectos contagiosos y que no conocen fronteras.
La transición del modelo económico actual hacia una economía verde suscita en estos momentos un enorme escepticismo. No en vano, los delegados que acuden a Brasil ya han soportado dos jarros de agua fría. El texto del borrador, aprobado ayer por los negociadores de las 193 delegaciones que están en Río de Janeiro, suprime cualquier referencia al fondo de 30.000 millones de dólares anuales reclamado por los países en desarrollo para adaptarse a la nueva economía, al tiempo que descarta la creación de una poderosa Agencia mundial del medio ambiente bajo la égida de la ONU, reivindicada por Europa y a la que se oponen Brasil y Estados Unidos.
La aburrida cháchara institucional y las declaraciones grandilocuentes despiertan la indignación de las organizaciones ecologistas, que denuncian que mientras los líderes pierden el tiempo el planeta se desangra con la polución de los océanos, la tala de selvas, la falta de agua o la caída en la calidad de vida en las grandes urbes. Para los ecologistas y muchos expertos, el texto aprobado, que lleva por título 'El futuro que queremos' y será debatido desde hoy por los dirigentes del mundo, está desprovisto de objetivos ambiciosos. Para la UE es una pena que no se aproveche la oportunidad por imprimir un valor ecológico a la economía, algo que generaría entre 15 y 60 millones de empleos en todo el mundo.
La tentación de postergar la toma de decisiones pesa demasiado. La conferencia de Río+20 se propone enumerar una serie de objetivos que obliguen a los países a cumplir metas en producción, consumo, energía y agricultura. Algunos ya pronostican que los países apostarán por aplazar la definición de estas metas, que serían adoptadas en 2015 en otra reunión internacional.
Nuevo indicador
En esa meta por la economía verde, la ONU es partidaria de que se implante un nuevo indicador para medir la riqueza de los estados. El índice, una especie de 'PIB verde', recogería el capital económico, natural y humano de cada país, con el propósito de reflejar la disponibilidad de recursos naturales y el grado de educación de sus poblaciones.
Si se atiende a este indicador (IWI, por sus siglas en inglés), muchos países quedan malparados. De las 20 naciones estudiadas por los expertos de la ONU, 19 revelaron un notable agotamiento de sus recursos naturales. Este menoscabo es destacable en las potencias emergentes y la mayor economía del mundo, Estados Unidos. Solo se salva Japón, el único país que experimenta progresos en el cuidado de sus recursos. A este respecto es revelador el caso de China, la economía que más crece en el mundo, pero cuyo capital natural mengua de modo alarmante.
A juicio de Greenpeace, para avanzar en el desarrollo sostenible es preciso poner coto a la voracidad financiera e infundir a las empresas un sentimiento de responsabilidad. Sus demandas no acaban ahí. La organización ecologista aboga por la supresión gradual de los subsidios perjudiciales para el medio ambiente: especialmente los destinados a los combustibles fósiles, a los sectores que provocan deforestación, a la energía nuclear, a la producción de agroquímicos y otras sustancias tóxicas, así como a la pesca insostenible.