Un inspector de la ONU cuenta los impactos de bala en su vehículo aparcado en Tartús antes de salir hacia Damasco. :: M. AYESTARAN
MUNDO

La violencia frustra la misión de la ONU

El régimen sirio pide 0a los cascos azules que vuelvan a Al-Haffa un día después de ser atacados para comprobar que está «limpia de terroristas»

DAMASCO. Actualizado: Guardar
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Uno, dos, tres. Ocho impactos de bala en el lateral del copiloto del vehículo 'UN35', según la matrícula. Los cascos azules madrugan para llegar cuanto antes a Damasco, quieren evitar a toda costa concentraciones que les puedan cortar la salida de Tartús y por eso se ponen en marcha a primera hora de la mañana. Aunque sus coches están en un aparcamiento privado y custodiados por el Ejército, miran los bajos de cada uno por si hubiera algún artefacto explosivo. El conductor del 'UN35' pasa el dedo por cada impacto y da gracias a Dios por la calidad del blindaje. No fue un intento de intimidación, tiraron a matar.

Salen del hotel Porto con dirección a la capital con la escolta habitual de Ejército y 'seguridad', un equipo similar al que la víspera les llevó a la emboscada camino de Al-Haffa. Los sirios no quieren que se tomen fotografías de los vehículos atacados, al final acceden, pero lamentan que «el periodista no ha reparado en los restos de sangre humana que hay en los parachoques». Según los medios sirios la ONU atropelló y mató a dos manifestantes en su huida de la emboscada, pero en los coches aparcados en Tartús no se percibía resto alguno de esa sangre que los soldados aseguraban ver.

El régimen ha logrado su objetivo y los observadores han desistido de llegar a esta ciudad suní sitiada desde hace una semana por el Ejército para «acabar con los terroristas llegados de Turquía». La emboscada del martes fue el tercer incidente grave que sufrían en su intento por inspeccionar una zona donde, según la oposición, hay miles de civiles atrapados, pero fue el primero en el que les ametrallaron. Veinticuatro horas después, el régimen declaró la zona «limpia de terroristas» y pidió a los inspectores que se acercaran para comprobarlo sobre el terreno, una muestra más de la inspección a la carta que imponen las autoridades.

«Uno siente impotencia y rabia, pero así es el mandato y no se puede hacer otra cosa de momento», lamentan fuentes cercanas a la misión de observación que, como el resto del plan del enviado de la ONU y la Liga Árabe, Kofi Annan, está en estado crítico. Los mismos países que exigen la implementación de los seis puntos de Annan, se acusan mutuamente de vender armas a uno y otro lado. «No estamos violando ninguna ley internacional», se defendió el ministro de Exteriores ruso, Sergei Lavrov, que reconoció el apoyo armamentístico al régimen de Damasco y apuntó a Estados Unidos como principal suministrador de armas a unos grupos de la oposición cuya resistencia es cada vez más fuerte en los bastiones que tienen bajo control, señal de que les han llegado las ansiadas armas que demandaban desde hace meses.

¿Hasta cuándo podrá mantener el régimen a todo su Ejército en estado de alerta y soportando decenas de bajas diarias? Es una de las preguntas que se formulan activistas consultados que opinan que «ahora han incorporado helicópteros -como certificó la ONU en Al-Haffa- para intentar cubrir mayor superficie, pero están sufriendo demasiadas deserciones». Algo que niegan analistas militares próximos al régimen como Talib Ibrahim, que advierte de que «hasta el momento Siria no está usando toda su potencia militar. Apenas se han desplegado quinientos tanques y solo está en las calles el 10% de nuestro Ejército, ni quiera se ha movilizado a las unidades especiales».

Enfado en las zonas leales

En las caras de los cascos azules de la ONU se percibe la impotencia de sentirse presos y la frustración de cargar sobre sus espaldas las iras de una población que en las zonas más leales al régimen les escupe, golpea los vehículos y les grita que se vayan de Siria cuanto antes. La tesis oficial del reforzamiento y rearme de los insurgentes tras la implantación del plan de Annan ha calado muy hondo y se ve a los cascos azules como parte del problema que sufre el país desde hace quince meses. Sin embargo, la realidad es que apenas tienen acceso a los auténticos puntos calientes, eso lugares donde se puede sentir de verdad la sensación de guerra civil que no se respira en todo el territorio. Otra de las batallas dialécticas entre la diplomacia internacional, que insiste en calificar lo que sucede en Siria de «guerra civil», y el régimen, que prefiere dejarlo en «conflicto con grupos terroristas» y acusa a la oposición de usar los medios internacionales para difundir su propaganda.