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Tribuna

Juego de palabras

JOSE LUIS BLANCO ROMERO
COORDINADOR PARLAMENTARIO PSOEActualizado:

La política se ha convertido en un juego de palabras, provocando el desapego de los ciudadanos que la consideran una práctica cínica, carente de sinceridad y compromiso con el interés general. Lo certifican todas las encuestas de opinión. Los ciudadanos estiman que la política y quienes la ejercen son uno de los mayores problemas del país. En la valoración de los políticos raramente alguno alcanza el aprobado por los pelos.

Convencidos de que 'lo que parece es', obsesionados por lo 'políticamente correcto' y jaleados o secuestrados por unos medios de comunicación, cada día más instalados en la jactancia del 'cuarto poder', el debate político se ha convertido en un insulso e insultante juego de palabras, centrado en camuflar la verdad, en ocultar la realidad. Como 'el medio es el mensaje', ambos están bajo mínimos en la consideración popular y también los periodistas despiertan escasas simpatías y credibilidad entre los ciudadanos. Unos y otros están en una difícil encrucijada, acentuada por los cambios tecnológicos, de la que debe surgir una nueva práctica política y un nuevo periodismo.

Esta realidad refleja un desprecio absoluto a la inteligencia de la gente, a la que se quiere anestesiar con una jerga de tecnicismos y 'palabros', fabricados a golpe de titulares y jaleados como logros mediáticos. La respuesta ciudadana, reflejada en los resultados electorales y en las encuestas de opinión, es el suspenso estrepitoso al gobierno, por la distancia insalvable entre lo que prometieron y lo que han hecho, y a la oposición, sepultada por la memoria de tiempos aún recientes, que le impide proyectarse en clave de futuro.

En tiempos de Zapatero era innombrable la palabra crisis y se camuflaba la evidencia con juegos de palabra tales como la atonía de la actividad económica, la desconfianza de los mercados, las maniobras de los especuladores financieros, etc. El resultado fue una derrota electoral sin paliativos, que oculta logros incuestionables como las políticas de igualdad y la ley de la Dependencia.

Desde que llegó Rajoy, sus voceros huyen como de la peste de las palabras malditas, que son sustituidas por otras más suaves o que resten dramatismo al análisis de la realidad. Los 'recortes' se traducen por ajustes o reformas, el estar 'intervenidos' por acuerdos entre iguales. El colmo de la jactancia está fuertemente emparentado con el ridículo, como el que hizo Rajoy recientemente, al presumir que había presionado en Europa para lograr el 'rescate' bancario, que el PP intenta vender como un préstamo logrado en condiciones muy favorables. Todos los responsables europeos y los grandes medios de comunicación están riéndole la gracia.

La mayor parte de las energías se gastan en tareas de camuflaje, en un intento desesperado para ocultar las vergüenzas del rescate, los recortes del desempleo y la miseria que asola cada día a más gente. Pero la realidad es terca y termina por imponer sus evidencias. La 'confianza' que despertaría la llegada del PP al gobierno brilla por su ausencia, las proclamas encendidas sobre la solvencia de nuestro sistema financiero se han quedado en aguas de borrajas y la prima de riesgo es una pariente casquivana que no entiende de sutilezas con el lenguaje, ni admite contrabandos con el vocabulario.

Aunque prometieron llamar al 'pan pan y al vino vino', el 'digo diego' se ha instalado en los portavoces del gobierno y del partido que lo sustenta, que siembran la confusión y la desconfianza, con una descoordinación que se asemeja a un baile de 'pollos sin cabeza'.

Tanto camuflaje ha hecho que la desconfianza se haya instalado por doquier, dentro y fuera del país. El juego de palabras no se lo creen los nuestros, exaspera a las autoridades europeas y siembra la duda en los mercados. Cómo fiarse de un gobierno que ante una situación dramática es capaz de retrasar los presupuestos del estado medio año por interés electoral en Andalucía, que se dedica a hacer oposición a la oposición acusándola de un déficit oculto, que tenía que conocer por ser en su mayor parte responsabilidad de las comunidades autónomas en las que ha estado gobernando, que siembra dudas permanentes sobre la veracidad de las cuentas de todas las instituciones públicas y destruye la credibilidad y la confianza en el Banco de España, para tapar a los culpables del naufragio de las cajas de ahorro, con Bankia como símbolo.

El mundo al revés. En la estrategia política de la confusión, diseñada para eludir responsabilidades, con los juegos de palabras se culpa al policía mientras que se va de rositas el ladrón, la omisión paga mayor peaje que la acción, los gobiernos y los partidos que los respaldan se despeñan, mientras que los responsables financieros que provocaron la catástrofe de la crisis los suplantan, sin más legitimidad de origen que una supuesta solvencia técnica, que contrasta con los nefastos resultados de su gestión profesional. A nadie parece preocupar que con la selección curricular, que no elección democrática, se le esté dando una 'educada' patada a las urnas.

Cada uno en su sitio; la responsabilidad por omisión de los políticos se cubre mandándolos a la oposición y la culpabilidad por acción de los banqueros alojándolos en la cárcel, después de que devuelvan las escandalosas, por multimillonarias, remuneraciones e indemnizaciones cobradas, en pago por conducir a la quiebra a los bancos y cajas de ahorros, que ahora tenemos que sanear entre todos, aplicando una vez más el gran invento de 'privatizar los beneficios y socializar las perdidas'. Ya lo dijo, sin juego de palabras, el anterior presidente de la patronal española y modelo de empresario en quiebras, en respuesta a la crisis: «hay que suspender la aplicación de las leyes del mercado». Pues eso, no sea que vuelvan a repetirlo cuando salgamos de esta.