Manifestantes egipcios, concentrados ayer en la plaza Tahrir para exigir justicia por las víctimas de la revolución. :: AMMAR AWAD / REUTERS
MUNDO

La campaña se libra en Tahrir

La sentencia contra el expresidente convierte las elecciones egipcias en un referéndum sobre la revolución

EL CAIRO. Actualizado: Guardar
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El veredicto del juicio de Mubarak ha convertido, ahora más que nunca, las elecciones presidenciales egipcias en una suerte de referéndum sobre la revolución. El antiguo 'rais' ya duerme en la prisión de Tora, donde deberá cumplir cadena perpetua, pero la absolución de sus hijos y de varios altos cargos del aparato de seguridad del Estado ha provocado la cólera de muchos egipcios, que ven con impotencia cómo el régimen sigue aún muy vivo.

Quedan menos de dos semanas para el comienzo de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales egipcias y el veredicto ha caído como una bomba de relojería en la campaña electoral. Miles de personas volvieron ayer a manifestarse por segundo día consecutivo en la plaza Tahrir, que ha recobrado ese espíritu de unidad ante una fuerza vieja y oscura como es el antiguo régimen, encarnado hoy por la junta militar y, a ojos de los manifestantes de la plaza, también por el candidato Ahmed Shafiq, el último primer ministro de Mubarak.

Para el observador extranjero, las reacciones de ira que se han producido tras la sentencia podían parecer, en un principio, chocantes. Al fin y al cabo, Mubarak es el primer dictador árabe en ser juzgado y condenado; y su sentencia, aunque apelable, es muy dura. Pero los egipcios ya aprendieron tras la revolución que no basta con descabezar al régimen. El 11 de enero de 2011, Mubarak abandonó el poder y pocos meses después se dieron cuenta de que, salvo algunos ministros y bustos visibles, todo el sistema había permanecido igual. El sábado fueron mucho más rápidos en comprender que no bastaba con mandar a un viejo de 84 años a la cárcel. Hacer justicia significa otra cosa, claman muchos en Tahrir.

Los Hermanos Musulmanes, los otros contendientes en la carrera presidencial a través de su candidato Mohamed Mursi, no han perdido la oportunidad de capitalizar este renovado sentimiento revolucionario y han llamado a sus miembros y seguidores a tomar de nuevo las calles. Tras conocer el veredicto, el propio Mursi apareció en plena noche en Tahrir rodeado de seguidores que a duras penas conseguían abrir paso a su coche entre la multitud. Asomando medio cuerpo por la ventanilla, Mursi sonreía y saludaba agitando una bandera egipcia. Recibió muchos aplausos, pero también pitos de aquellos que recordaban que la cofradía hace tiempo que había abandonado la plaza.

«La sangre de las heridas de los mártires aún gotea. Fui, aún soy y seguiré siendo un revolucionario hasta que se alcancen los objetivos de la revolución», dijo Mursi en una rueda de prensa previa a su aparición en Tahrir. Ha llegado el momento de definirse, y Shafiq fue el único de todos los principales candidatos presidenciales que no se asomó por la plaza. El islamista moderado Abdelmoneim Abul Futuh, el abogado de derechos humanos Jaled Ali y el naserista Hamdin Sabahi, que fue llevado a hombros por una multitud, todos hicieron acto de presencia.

«Objetivos electorales»

Ante el creciente malestar por la candidatura de Shafiq, al menos entre los activistas que más se hacen oír -los defensores del exgeneral suelen mantener un discreto segundo plano-, el aspirante ha decidido defenderse atacando. Ayer, en una rueda de prensa, Shafiq mostró su lado más combativo, que en el pasado le ha funcionado sorprendentemente bien, y atacó a los que quieren utilizar el veredicto del juicio «con objetivos electorales». Shafiq golpeó una y otra vez a la cofradía, que representa, según el candidato, «el Estado sectario», «el retroceso», «la oscuridad y el secretismo». El aspirante llegó a decir ayer, para gran sorna de las redes sociales, que «los Hermanos Musulmanes son el antiguo régimen».

Va a ser difícil convencer a los jóvenes y mayores de Tahrir de que Shafiq es el candidato «que representa el cambio», como él mismo se define, pero el exgeneral insiste en disipar los miedos de que si resultara elegido perdonaría a su antiguo jefe, como temen sus detractores.

La sentencia ha demostrado que «la impunidad policial sigue intacta», denunciaba ayer Human Rights Watch. El Ministerio de Interior y todo el aparato de seguridad se resiste a ser sometido a la Justicia, y ese es solo uno de los monumentales retos a los que aún se enfrentan los egipcios en general y los manifestantes en particular, que ayer recordaban en Tahrir que «la revolución aún está en la plaza».